arte

Del sueño y de un sueño

  • Fernando Gutiérrez se alía con el músico .tape.. para su segunda exposición en Isabel Hurley, en la que explota las posibilidades de hibridación del dibujo

En su segunda exposición en Isabel Hurley, Fernando Gutiérrez se presenta con la colaboración en algunas de sus obras del músico .tape.. Esta vinculación plástico-musical nos indica de forma meridiana cómo Gutiérrez, quien se expresa a través de un medio tan directo, esencial y primigenio al ser humano como es el dibujo, concibe esta disciplina como un incesante ejercicio de hibridación con otras, no sólo con algunas nuevas tecnologías o con recursos como la animación, sino, también, con aspectos ambientales, tal como se aprecia en sus environments, en los que se apodera del espacio hasta envolvernos y sumergirnos en calculadas atmósferas. Del mismo modo, evidencia una continua expansión de las posibilidades expresivas y comunicativas del dibujo, así como de las perceptivas y de recepción por parte, obviamente, del espectador. Así ha sido desde el comienzo de su carrera y ese interés no ha cejado, tal como demuestran las variaciones y los distintos cambios de medios mediante los cuales se nos manifiesta su dibujo. Podríamos decir que Gutiérrez no deja de dibujar pero que no atiende en exclusiva a los soportes y condiciones de recepción tradicionales, ya que junto a sus dibujos y acuarelas sobre papel o acetato, tan exquisitas y deliciosas como cándidamente perturbadoras, su personal universo escapa de esas soluciones habituales para desembocar en otras tan diferentes como la imagen en movimiento, con luminiscencia, alterada con la música o dispuesta a que interactuemos con ella mediante la programación informática como si de un videojuego se tratara.

Dicho esto, es necesario precisar que estos interfaces (programación, animación o la relación con la música), estos soportes que median y en los que cobran vida sus dibujos -o con los que se relacionan-, no rebajan un ápice el caudal poético de su mundo. Tampoco hacen que pierda el sentido precario, lo elemental y lo ingenuo del mismo, algo, en su caso, fundamental.

El imaginario de Fernando Gutiérrez -como ya he señalado en ocasiones anteriores- sigue encontrándose entre la vigilia y la ensoñación, o entre la consciencia y la inconsciencia. Es un mundo cercano tanto como extraño, conocido y evocador tanto como enigmático. Las imágenes que lo pueblan son, en su mayoría, animales y seres híbridos que aúnan lo humano y lo animal, otros acéfalos, así como algunos más enigmáticos como matrioskas o niños con cabezas de cebolla o de flor. El estilo dibujístico de éstos es perfilado, ingenuo, infantil, simple, directo y esbozado.

La representación artística del animal, el principal morador de sus dibujos, ha tenido a lo largo de la Historia un sentido ambiguo o ambivalente. En algunos momentos ha personificado una promesa de felicidad tanto como una evidencia nostálgica de la pérdida de un añorado Paraíso, de un estado de comunión con la Naturaleza primigenia que el Hombre ha perdido, distanciándose de ella y de la animalidad según reafirmaba esa humanidad. Muchos de esos valores que ostenta el animal son compartidos por el mundo de lo infantil, tan presente en la obra de Fernando Gutiérrez; ambos representan la prefiguración de un espacio de la inocencia, lo germinal, lo incorrupto, lo irreprimido, tanto como una especie de grados cero de la Cultura y de la Moral que, con sus imposiciones o recomendaciones, han conformado al Hombre al tiempo que lo han deformado desvirtuando y haciendo perder esa concordia -de hecho, esa idealización y admiración del animal proviene en buena medida de que ellos no observan prohibiciones y negaciones-. Tal pérdida pareciera que el Hombre la lleva grabada a fuego, como una huella indeleble, en lo más profundo de su ser y que aflora bajo figuras e imágenes como la de la Arcadia o la de la Edad de Oro, tan ideales como utópicas. Tal vez por ello, el conjunto parece estar presidido por cierta atmósfera reparadora, que nos atrapa vía evocación, suspendiéndonos y apartándonos de toda pesantez cotidiana. A ello, ha ayudado en esta ocasión la música de .tape..

Domina la exposición Somnia, un espectacular conjunto de 48 acuarelas de animales enigmáticos e indefinibles y otros fusionados con lo humano (bisontes, hienas, conejos, osos hormigueros, humanos con cabezas de elefante, de pato, de flor o con un ojo gigante, entre el mitológico Cíclope y puede que algún personaje de la cultura popular cantábrica como el Ojanco). Lo que de perturbador y grotesco, por anómalos e impuros, pudieran tener algunos de esos seres, los cuales muchas veces se han denominado "desviaciones de la Naturaleza", se disipa absolutamente y parecen imantarse para atraernos gracias al candor, el ingenuismo, la sutileza, el lirismo y, por paradójico que parezca, lo armónico.

Mayor carga gráfica tienen los personajes de Laboratorio, que recuerdan a sus ya características intervenciones murales en algunos espacios en los que ha expuesto, como su anterior muestra en Isabel Hurley. Todos esos seres, que mantienen esa condición humano-animal, conforman una heterogénea, fantasiosa y delirante procesión.

Y junto a Daniel Romero (.tape.), Gutiérrez ha realizado tres proyectos: Phantasmagoria, Caballitos y Demo. La música actúa en perfecta comunión con la imagen: delicada, infantil, sencilla y transportadora. En Demo, sus dibujos se animan (una abeja y un elefante alados) y permiten ser manejados por el espectador, quien adquiere un papel activo, mediante una especie de mando o control remoto. En Caballitos varios dibujos se animan manteniendo ese sello ingenuo, gráfico y precario -precisamente en el CAC Málaga Kentridge muestra sus extraordinarias animaciones, monumentos a lo precario y lo procesual-, poniendo nuevamente en comunicación lo humano con lo animal a través de unos caballitos de mar y un bebé que gatea -quizás no sea casual esta acción infantil y pueda ilustrar esa cercanía de la que hablábamos con anterioridad-.

Por último, Phantasmagoria es una black box en la que nos introducimos en la más profunda oscuridad, tal vez la misma de la que proceden esas criaturas nacidas entre la vigilia y el sueño o entre la consciencia y la inconsciencia. Unos dibujos sobre papel cebolla se retroiluminan intermitentemente siguiendo una cadencia variable al ritmo de la música electrónica hasta provocarnos cierto deslumbramiento y una sensación de extrañeza. Intuimos presencias que bien pudieran describirse como fantasmagóricas pero que parecen a su vez lúdicas.

Ese componente cercano a lo onírico de sus seres e imágenes nos hace recordar aquel cartel que el poeta simbolista Saint-Pol-Roux colgaba en la puerta de su dormitorio y que rezaba: "Poeta trabajando". Tal vez las de Gutiérrez sean imágenes del sueño y de un sueño, el de una comunión perdida con lo animal.

Fernando Gutiérrez + .tape.. Galería Isabel Hurley Paseo de Reding, 39-bajo. Hasta el 10 de marzo.

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