Cultura

El talento como capital

Terror, EEUU, 99 min. Dirección: Oren Peli. Guión: Oren Peli. Intérpretes: Katie Featherston, Micah Sloat, Amber Armstrong. Cines: Málaga Nostrum, Vialia, Plaza Mayor, La Verónica, Miramar, La Cañada, Gran Marbella, Rincón, El Ingenio.

Que una película barata (y mala) rodada a la pata la llana por unos niñatos dé millones dólares dejando estupefacta a la industria pesada del cine es algo que sucedió por primera vez con Easy Rider en 1969. Los niñatos eran Dennis Hopper, Peter Fonda y Jack Nicholson. No hace falta que les recuerde que uno fracasó como director pero tuvo buena carrera como actor, otro siguió haciendo el niñato y el tercero se convirtió en una estrella. Desde entonces el fenómeno se ha repetido alguna que otra vez, facilitándolo los cada vez más ligeros, baratos y perfectos equipos de vídeo de alta definición. Justo cuarenta años después de Easy Rider lo ha hecho, pero en versión mejorada en todos los aspectos.

En primer lugar su productor, guionista, realizador y editor, el israelí Oren Peli, no parece un niñato sino un tipo dotado de un talento más que notable para entretener contando de forma distinta una historia mil veces contada; y además para hacerlo con una escasez de medios que roza la miseria: siete días de grabación en su propia casa, dos actores desconocidos que cobraron -se dice- 350 euros y un presupuesto total de 15.000 dólares. En segundo lugar porque si Easy Rider multiplicó por cien lo invertido en ella, esta película ha convertido de momento -porque su carrera comercial no ha terminado y Dreamworks compró sus derechos- en más de cien millones de dólares los 15.000 de su presupuesto. En tercer lugar -y es lo más importante- porque si Easy Rider era un churro mojado en cocaína y LSD, Paranormal Activity es un inteligente y minimalista juego con el terror invisible que acecha, y se mueve a nuestro alrededor, mientras dormimos.

En plena era de la truculencia que dispara desde la pantalla tripas y sesos en tres dimensiones es de agradecer esta fusión entre cosas tan cotidianas en el actual paisaje audiovisual como los planos nocturnos de los concursantes dormidos de los realities (aquí, afortunadamente, sin edredoning), las imágenes de las cámaras de seguridad y los vídeos domésticos con elementos, desgraciadamente tan alejados de la sensibilidad mayoritaria actual, tomados de los relatos clásicos de fantasmas en los que se sugiere, lo que se deja entrever, lo que roza en la oscuridad, lo que se arrastra y acecha es mucho más terrorífico que lo que se deja ver del todo. Porque a los buenos relatos de terror les pasa como a los mayordomos y los chóferes en la era de la telebasura: valen mucho más por lo que callan que por lo que cuentan. Oren Peli ha tenido la virtud de fundir las dos cosas en esta película tan pobre en medios como rica en talento, capaz de aterrorizar sin mostrar prácticamente nada. Pero es que, ¿hay algo peor que el acecho de lo invisible o más terrorífico que sentir la presencia de alguien o de algo que no se ve? Sí. Poder grabarlo moviéndose en torno a nosotros mientras dormimos. Y a la noche siguiente tener que volver a dormir en la misma habitación, sabiendo que está ahí y que la cámara volverá a grabarlo.

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