Crítica de Cine

La tercera dimensión emocional

Abanderados por algunos muy destacados cortometrajes (El orden de las cosas, Matar a un niño), los hermanos Alenda llevan años dando pruebas sobradas de ser unos realizadores tan atípicos como sólidos. Precisamente a modo de extensión del último de sus cortometrajes, Not the end, llega Sin fin, un drama romántico con toques de ciencia ficción.

Javier vive obsesionado con su trabajo de investigador, sin apenas prestar atención a María, su pareja, una actriz con una profunda crisis depresiva. Bajo un manto de reproches mutuos, apenas mantienen contacto diario más allá de un desayuno en silencio. Desde ahí, los Alenda deciden vertebrar la historia de la pareja sobre una hermosa contradicción: tras años de dedicación a investigar un acelerador de partículas para realizar viajes en el tiempo, Javier trata de corregir sus desencuentros con María imitando una excursión que realizaron al conocerse. Falseando, digámoslo así, un viaje al pasado. "Me faltaba la dimensión emocional", se justifica Javier.

Con estos mimbres, la propuesta va requiriendo sobre la marcha un complicado equilibrio entre el drama, la comedia y la ciencia ficción, del que no siempre sale bien parada. Cuando la ecuación funciona, el dúo protagonista ofrece momentos de enorme delicadeza. Cuando no, al film se le divisan las costuras, lastrado por un ritmo y una música excesivamente melosos. Cierto es también que, en el paso al largo, los directores parecen haber perdido algo de la pulcritud en la puesta en escena. Pero probablemente exportar las consignas de El orden de las cosas a una historia como Sin fin hubiera demandado una producción de mucho mayor empaque.

En cualquier caso, si el espectador opta por descartar las taras y meter el hombro, Sin fin puede resultar una cinta indudablemente emocionante. Como en la película, quizá mejor obviar las explicaciones científicas. Por suerte, la fórmula aún se desconoce.

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