Cultura

La tradición orquestada

Temporada de abono. Teatro Cervantes. Fecha: 17 de septiembre. Programa: 'Ocho canciones populares rusas, Op. 58', de A. Liadov; 'Concierto para violín y orquesta en Re mayor, Op. 35', de P. I. Tchaikovsky; 'Petruchka (versión 1947), Op. 35', de I. Stravinsky. Intérpretes: Orquesta Filarmónica de Málaga. Solista: Chaterine Cho (violín). Director titular: Edmon Colomer. Aforo: Unas 700 personas (casi completo).

Segundo concierto de la temporada. Los dos primeros programas, presentados bajo el título de Rusia atávica, no sólo han sido una magnífica muestra de la gran tradición musical rusa, sino también -eso sí, en distintos sentidos- sendos ejercicios de autoafirmación. Sea o no intencionado, en ambos programas se intuye la presencia latente de un invitado inquietante; no en las piezas programadas, que no pueden ser más representativas del repertorio del país eslavo, sino más bien en sus contextos originarios.

Mientras que en Iván el terrible la épica del héroe respondía al instinto de supervivencia de un pueblo, a la necesidad de no sucumbir ante la amenaza física, tangible, del ejército invasor, el segundo programa representa el discurso identitario, la recuperación de la cultura propia frente a las impetuosas y disolventes influencias exteriores. Tanto las Ocho canciones populares rusas de Liadov, como el Petruchka (nuestro Polichinela) de Stravinsky son ejemplos del nacionalismo musical que a principios de siglo XX surgió por toda Europa como reacción a la imparable expansión de los cánones centroeuropeos (del sinfonismo beethoveniano a la ópera wagneriana). Una música, en fin, que busca en el folklore y la cultura popular la pureza de una tradición que no puede encontrarse ya en la uniformadora sofisticación urbanita.

Las Canciones de Liadov que abrieron la actuación de la OFM fueron para gran parte de los asistentes un gratísimo descubrimiento; ocho miniaturas que adoptaban la forma de delicadas nanas, alegres danzas o melancólicos lamentos, interpretados con la misma sutileza con que fueron concebidas.

Le siguió el maravilloso Concierto para violín de Tchaikovsky, una de las obras más exigentes en su género. Finalmente, no actuó como solista el malagueño Jesús Reina, que el año pasado nos deleitara con el Concierto para violín de Mendelssohn. El puesto lo ocupó Chaterine Cho, que derrochó virtuosismo en una sublime actuación con un no menos sobresaliente acompañamiento.

La segunda parte fue una gran exhibición de la orquesta. En ocasiones, la música de ballet pierde vida cuando es interpretada en la sala de conciertos; le falta, precisamente, la coreografía, el sustento visual para el que fue creada. En absoluto fue el caso de la brillante interpretación de Petruchka (en la adaptación de 1947) ofrecida ayer por la Orquesta Filarmónica, bajo una soberbia dirección.

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