Crítica de Teatro

A través del espejo: una odisea 'queer'

Alejandra Cid, en la obra.

Alejandra Cid, en la obra. / teatro echegaray

"Y así como todo cambia / que yo cambie no es extraño", rezaba aquella canción de Julio Numhauser que inmortalizó Mercedes Sosa. No tengo muchos argumentos para explicar los motivos, pero lo cierto es que ayer, al final de la función de El último beso, salí del Echegaray tarareando la dichosa melodía. Debió ser porque, en el fondo y en la forma, los personajes de la obra de Jerónimo Cornelles realizan un viaje extraordinario desde la autoafirmación (la esposa del moribundo, la amante y el psicólogo trastornado, reunidos en un hospital que no habría desentonado en un filme de Buñuel, empiezan reivindicado su particular derecho a ser reconocidos como tales) hasta el hallazgo de sí mismos en el otro. Más allá de su querencia almodovariana (en realidad, únicamente superficial, y no siempre), Cornelles juega con los predicamentos de la teoría queer para ahondar en la fragilidad de las identidades electivas y en la facilidad con la que todo el mundo podría ser ese otro; y lo hace desde la convicción de que todo hijo de vecino ha tenido la impresión, en ciertos momentos de crisis, de que las personas a las que creía conocer al dedillo no son lo que aparentaban. El último beso ahonda en esta crisis sin medias tintas, sin miedo al vacío y sin tomar prisioneros.

Quizá lo mejor del montaje es el modo en que Cornelles dice lo que quiere decir no desde un argumento ad hoc sino desde un objeto teatral rico en matices, que se ofrece siempre como un juguete misterioso y sorprendente. La enunciación de las reglas del juego imprime una sensación de absoluta irrealidad resuelta desde la más convincente naturalidad: ahí sucede el teatro. La obra de un artista. La construcción de los personajes obedece a una sabiduría teatral abrumadora que cita lo mismo a Beckett que a Ionesco, lo mismo a Woody Allen que a Edward Albee; sin embargo, El último beso transpira tanta esencia underground como ambición popular, y en ambas orillas se crece con éxito. En sus medidas del ritmo, la economía de recursos, el aprovechamiento múltiple de la escenografía y la vitalidad con la que tiende al humor para asomarse a los abismos propios de la tragedia (la fatalidad, el suicidio, la traición, el desorden), la obra de Cornelles se brinda como mérito de primer orden para justificar un proyecto como Factoría Echegaray. Pero donde más agradece uno haber visto El último beso es en su reparto: Alejandra Cid firma una de esas revelaciones que dejan al respetable con la boca abierta, Carlos Bahos resuelve con aplastante soltura el reto más difícil y Pablo Fortes demuestra ser el enorme actor que todos sabíamos que era. Ellos son este espejo en el que mirarse. Cada día.

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