Cultura

El último pesebre de las identidades marchitas

XVII Festival de Teatro de Málaga. Teatro Echegaray. Fecha: 6 de febrero. Coreogafías, escenografía y dirección: Jo Stromgren. Reparto: Trond Fausa Aurvag, Hallvard Holmen y Stian Isaksen. Aforo: Unas 200 personas (dos tercios de entrada).

El asunto de la identidad ha formado parte del teatro desde su mismo origen. Cuando los coros representaban al pueblo, éste se reafirmaba en su idiosincrasia, su voluntad y su soberanía, como realidad distinta y superior a los bárbaros que peligrosamente lo circundaban. Cuando Lope refunda el Teatro Nacional mediante la Comedia Nueva, la mitología grecorromana queda sustituida por la propia Historia de España, rica ya en matices y lecturas, como fuente primigenia para explicarlo todo. The society, el montaje que ha propuesto la compañía del noruego Jo Stromgren este fin de semana en el Echegaray, ahonda en el significado de las identidades nacionales / continentales en la actualidad, en un presente sellado a fuego por la confusión. Stromgren clava sus zarpas en Europa: el estallido que suscita en un selecto club de bebedores de café la aparición de una bolsita de té usada sirve al autor como metáfora del fondo de intolerancia y exclusividad que late en el Viejo Continente, el mismo que tiembla ante su absorción por los nuevos imperios del planeta, como los gigantes asiáticos de la órbita comunista. La actualidad, con una Islandia sumida en la bancarrota que ve en la venta de su territorio a China la única salida firme planteada hasta ahora, le da la razón. La terrible nostalgia de los totalitarismos constituye la señal más evidente.

Lo mejor de The society, sin embargo, se encuentra en sus elementos puramente teatrales. La música, las coreografías y recursos como el play-back crean una plasticidad ágil y significativa en sí misma, con momentos verdaderamente lúcidos. Estos pasajes, repletos de humor, resultan sensacionalmente turbadores, en la medida en que indagan en lo atroz de la tortura consentida para justificar y alegar esa misma identidad con registros próximos al clown, lo que confiere a la obra un realismo doloroso y maquiavélico. El problema llega cuando este artilugio de expresión artística se somete a la enunciación de un cierto mensaje político que, en el fondo, no aporta argumentos propios. Habría sido fantástico que este contenido político hubiera sido más sutil, menos fácil. Un buen gesto basta para decirlo todo.

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