Arte

El universo cósmico de Palau

  • La artista propone en la Galería Isabel Hurley un viaje plástico, no exento de lecturas mitológicas, al origen de la naturaleza y su interpretación humana

El conjunto de piezas escultóricas que Isabela Palau presenta en Hurley suponen un ejemplo más del consustancial interés del hombre desde sus albores, desde que adquiere el pensamiento simbólico, por el cosmos -ahí quedan los petroglifos de las cavernas o los mitos- y, con el devenir del tiempo, por el orden natural y los procesos sobre los que se cimenta éste, así como las teorías y los procedimientos que el propio ser humano creó para organizarlos racionalmente y explicarlos de modo científico.

Palau se aproxima a estas cuestiones a través de una obra escultórica que se articula fundamentalmente en las llamadas constelaciones y estructuras. Las primeras son piezas construidas por la adhesión de cuerpos filiformes de alambre galvanizado que adquieren formas caprichosas y que se hallan forradas de diferentes materiales textiles, lo que las hace distinguirse las unas de las otras más allá de la propia morfología diferenciadora. Éstas reciben el nombre de constelaciones por constituirse como una especie de trasvase escultórico de los mapas celestes, en los que las estrellas son los puntos de intersección de las líneas de fuerza. Construcciones que permiten que nuestra imaginación vuele e intente vislumbrar referencias icónicas, desde lo propiamente cósmico a lo antropomórfico y zoomórfico (no en vano, desde la Antigüedad, los mapas celestes y las constelaciones recibieron nombres simbólicos según formas conocidas que nacían de su observación). En cualquier caso, asistimos a un ejercicio que poetiza elementos inertes, dotándolos de hálito e insuflándoles vida, aunque sea en suspenso.

Las estructuras, por su parte, son cuerpos metálicos permeables (especie de red, malla o trama) que adoptan formas flexibles, ladeándose o plegándose sobre sí mismas, lo que permite, merced a nuestro movimiento, una continua fluctuación en su percepción, así como en las sombras que proyectan sobre la pared y el suelo animadas por el movimiento de muchas de ellas, que penden del techo. Aquí descansa una de las singularidades de la obra de Palau: un anhelado matiz ambiental basado en el uso de la luz y otros recursos que la acercan a lo escenográfico y la instalación y que ayudan a sensibilizar y hacer sugerentes muchas de estas piezas que, como en el caso de estas estructuras, tienen un fuerte débito del rigorismo de lo abstracto-geométrico y lo racional (asepsia, neutralidad o a-referencialidad).

La iluminación permite que se proyecten estas estructuras reticulosas, lógicamente finitas o concretas, de modo que creen sensación de infinitud, movimiento (en clara relación con el arte cinético) y generación de formas cambiantes, siendo una traducción -libre y plástica- de la teoría matemática de lo fractal.

El resultado es una obra profundamente sugerente, evocadora y rememoradora: nos hace liberar la imaginación, preconiza y evoca formas y nos hace recordar algunos autores del siglo XX. Con todo, es sumamente interesante cómo Palau se acerca de un modo tan poético, emocional y simbólico a complejas teorías como la de lo fractal extremando las sugerencias y exiliando lo árido de éstas. Asimismo, elabora logradísimas metáforas sobre procedimientos biológicos como la polinización (Sembrando a todos los vientos) o sobre lo cíclico y el continuo devenir de la vida, apoyándose en formas simbólicas como la espiral, o incluso articula sus constelaciones en 12 familias -cada una caracterizada por un material- con un total de 365 piezas (peculiar adaptación del calendario con el sistema taxonómico de Linneo por el que nombramos las especies de los reinos animal y vegetal).

Sus constelaciones no pueden por menos que recordarnos a los dibujos que Picasso realizó en el verano de 1924 y que recibieron este mismo nombre. Estos dibujos tuvieron por finalidad la escenografía del ballet Mercure (1924), así como fueron el germen de las esculturas en homenaje a Apollinaire (1928) -Spies las calificó como "dibujo en el espacio"- que, junto a las realizadas con Julio González usando la soldadura autógena, ofrecieron nuevos itinerarios a la escultura del siglo XX. Asimismo, el universo que Picasso creara para Mercure, justo a la llegada a París de Calder, con sus planchas metálicas móviles y estas constelaciones lineales y curvas del genio malagueño, impactaron e influyeron tanto en el citado Calder con sus archiconocidos stabiles y mobiles como en la obra más aérea e ingrávida de Miró, las fuentes más directas de la obra de Palau. No obstante, habida cuenta del caudal poético y el profundo eco de su obra, lo que muestra la obra de Palau es cómo lo gráfico puede alentar la respuesta emocional del espectador.

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