Qué fácil parece meterse en el bolsillo el Teatro Cervantes, pero sólo lo es si eres alguien como Paul Anka. Anoche, el señor que le puso letra a My way -sonó como introducción instrumental, y en la calle Larios tocada por un músico callejero- demostró la razón por la que sigue sobre los escenarios pese a ser millonario: le encanta. Y el público lo adora.
No dejó nada en el camerino: ni canciones, ni actitud, ni encanto, ni entrega... ni tan siquiera a su esposa, que estaba sentada en el patio de butacas -en una esquina del pasillo y con un sitio libre a su lado-. Tampoco dejó ni un truco en el cajón: brindó por España y por nuestras familias, y no hubo casi nadie que se quedara sin apretón de manos, sonrisa o fotografía. Paul Anka sabe lo que es el showbiz.
Una vez se encendieron las luces tras el primer tema, Anka apareció entre el público, fue su primer regalo, y cantando Diana, ese fue su segundo detalle con un teatro que estaba lleno. Por cierto, el Cervantes parecía haber sido trasladado hasta Blackpool o Las Vegas: nunca había habido tanto público anglosajón en la capital de la Costa del Sol.
Las canciones, coreadas por todos -también por quien escribe, incluso le palmeé la mano- eran casi lo de menos. Lo de anoche no era un concierto, era un show. Con todo, la banda -con una muy completa sección de viento, por cierto- era más que profesional, casi matemática. Los arreglos eran tan adultos como se podía esperar, por supuesto.
Ninguna canción faltó, desde She's a lady -"La escribí para Tom Jones"- a Put your head on my shoulder. También puso a ritmo de swing algunos temas de rock contemporáneo.
Lo mejor, el buen humor que transmitía Anka. Ya fuese improvisando -cuando cogió el móvil de un espectador o al bromear sobre su estatura al bailar con una fan- o mostrando su álbum familiar: sus hijas, sus amigos y de "mi único muchacho". Un crooner de tomo y lomo. Un placer estar con usted, señor Anka.
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