Cultura

Una vanguardia embaucadora

  • El Museo Ruso recupera el testimonio de un sueño cuya continuidad fue, como se demostró, imposible: el de la Sota de Diamantes Ilan Wolff y su paisaje andaluz en Benalmádena

FUE Mijaíl Lariónov el responsable del naming de la asociación La Sota de Diamantes, expresión con la que el ruso callejero (Bubnovi Valet) viene a denominar al perla de aquí. Es decir, alguien indigno de confianza. La figura del embaucador emerge, así, irónica, para denominar a estos saboteadores del simbolismo en la Rusia de la primera década del siglo XX, tan decisiva en el devenir de Europa y del sovietismo en el resto del mundo. Quedaban siete años para la Revolución de Octubre cuando este colectivo -cuyo núcleo duro componían Iliá Mashkov, Piotr Konchalovski, Aristarj Lentúlov y Róbert Falk- inauguró su primera exposición, un 10 de diciembre de 1910. Aunque Lariónov y Natalia Goncharova se unieron a la historia, pronto abandonaron un barco demasiado entregado al amor por Cézanne; estos Bonnie y Clyde beatíficos se lo montaron aparte con un nuevo grupo -la Cola de Burro-, captando a disidentes de la organización que dota de contenido la nueva temporal de la sede de la colección del Museo Estatal Ruso de San Petersburgo en Málaga. Sota de Diamantes es la exposición que hasta julio de este año se podrá ver en las salas de Tabacalera; propuesta que resume una experiencia artística de tiempos vanguardistas por la que pasó la plana mayor de la vanguardia rusa: Olga Rózanova, Marc Chagall, Aleksandra Ekster y Vasili Kandinski, entre otros, participaron en las muestras de la Sota de Diamantes celebradas hasta 1927 (aunque el grupo, o sus planteamientos más bien, serían aplastados por el rodillo suprematista en 1917). Es Malévich, el padre del suprematismo, precisamente, quien acompaña en los primeros compases de la exposición: qué lejos queda ese Autorretrato (1910-1911) del absoluto en que convertiría su pintura. Compañero de viaje es, igualmente, el sonido de un documental audiovisual que, como audioguía no solicitada, se entromete en la contemplación de homme fatale campestre de Iliá Mashkov que, bajo el título de Retrato de chico con camisa pintada (1909), ya ofrece pistas de la inspiración folclórica del grupo. Desde cierta lejanía aparece, rotunda, una pieza que celebra la camaradería masculina del pintor (Autorretrato y retrato de P.P. Konchalovski, de 1910): mens sana in corpore sano, desnudados como si de dos luchadores se tratara, representan esa estrechísima complicidad en el gusto que en ocasiones se produce entre dos hombres. Que para eso son creadores, y no intelectuales carentes de gusto (si se echa cuenta al Stravinsky citado por boca del personaje de Michael Caine en La juventud, la última del polemizado Sorrentino).

Abundan, a lo largo del recorrido, bodegones en los que la sombra cézanniana puede ser alargada -pero no siempre-, que cuentan además con detalles deliciosos como la manzana mordida y por descontado bíblica de Naturaleza muerta con uvas (1910), que pinta con desparpajo Mashkov, uno de los irreductibles del grupo. Se suceden, igualmente, ejemplos de artes aplicadas (bandejas salidas del cuadro que a su vez forman parte la obra, cuencos y ruecas como soporte de bellísimas estampas). Sin embargo, el espacio tridimensional donde brilla Goncharova es el highlight de la muestra: lo es merced al políptico de Los evangelistas (1911), anónimos en sus hornacinas enmarcadas. Tampoco van a la zaga otros dos lienzos colgados a izquierda y derecha, como el curioso Naturaleza muerta con retrato y mantel blanco (1908-1909). Postimpresionismo en los comienzos de la era del post -tan caduco hoy día por el uso y abuso del prefijo- que, aderezado con la inquietud por la vuelta a lo primitivo, implica que obras como Campesinas (1910) guarden parecido con la perspectiva medieval. Dejando atrás a esta pintora autodidacta, en el Retrato de Ye. T. Bárkova (1921) de Aleksandr Osmiorkin, hay efluvios del Picasso rosa, si bien el cambio de tercio en la muestra de la Sota de Diamantes lo marca el paisajismo de diversa especie: futurista, en el caso de Shevchenko (del que se pueden ver dos cuadros de 1913, Barrendero y Fábrica vieja), neoimpresionista, si se habla de Falk (con ejemplos como el de Crimea. Álamo blanco piramidal, de 1915), o cubista, en lo referente a David Burliuk (Puente. Paisaje desde cuatro puntos de vista, 1911). Las excursiones italianas de Konchalovski (San Gimignano, 1912) o el blanquísimo templo deconstruido de Lentúlov (Iglesias. La Nueva Jerusalén, 1917) revelan que las visiones modernas de aquel tiempo, infiltradas en la representación de la tradición, acarrearon interesantes sorpresas. Si la idea era mantener el pie en una y otra orilla, la pandilla de la Sota de Diamantes trabajó cierto equilibrio de fuerzas, a pesar de que el figurativismo terminara cediendo a la abstracción. Puesto que ya lo avisaron (¡no eran gente de fiar!).

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