Cultura

De versos sueltos y de recreadores de lo ajeno

  • El museo añade las temporales 'La mirada viajera' y la individual de Mikhail Schvartzman

Además de la nueva colección anual, el Museo de Arte Ruso inauguró ayer sus dos nuevas muestras temporales, que podrán verse hasta el próximo mes de septiembre. Ambas presentan cierto ánimo complementario respecto al discurso del realismo socialista con la intención, precisamente, de ampliar el ángulo de visión a la hora de calibrar la historia más o menos reciente del arte ruso. Así, La mirada viajera. Artistas rusos alrededor del mundo revisa a través de 105 obras la tradición nómada, tan unida a la querencia romántica, que compartieron no pocos pintores rusos entre el siglo XIX y comienzos del XX, por lo que sirve de certero preludio a Radiante porvenir. A través de las obras de artistas como Karl Briulov, Silvester Schedrin, Alexander Ivánov, Konstantin Makovsky y Kliment Redko entre muchos otros, la exposición reúne, entre lo exótico y lo genuino, representaciones de países como Italia (a donde buena parte de los pintores viajeros dirigieron su atención), Alemania, Francia, India, Estados Unidos, China, Japón, Suiza, Holanda, Palestina, Egipto y también España (las figuraciones taurinas de Ridko y Piotr Konchalovski no tienen desperdicio). Tal y como explica la comisaria Evgenia Petrova, esta corriente nació como reacción "a la estricta disciplina académica a la que estuvieron sometidos los artistas hasta bien entrado el siglo XVIII. Los estudiantes de arte tenían que limitarse a un cierto conjunto de temas históricos, mitológicos y bíblicos, de manera muy regulada. Sólo a mediados del siglo XIX cambió la situación para los artistas, que se encontraron en relativa libertad para elegir sus motivos y su lenguaje artístico, y pudieron marchar a otros países". Petrova destacó que la producción viajera llegó a ser tan abundante en su tiempo "que lo que podemos mostrar en Málaga es sólo una parte muy reducida de lo que conservamos en el Museo de Arte Ruso de San Petersburgo".

En cuanto a la muestra dedicada a Mikhail Schvartzman, la propuesta presenta a través de un conjunto de trece obras un caso concreto de artista condenado a la sombra durante el apogeo de la Unión Soviética. Considerado emblema del llamado arte inconformista, Schvartzman, cuyo mayor esplendor creativo se extendió entre 1960 y 1970, "percibía su propia obra como una alternativa al arte oficial y también al arte conceptual que iba por entonces cobrando fuerza", explica también Petrova, quien destaca que su interpretación del mundo "totalmente personal, su fascinante vigor, su profundidad de pensamiento y un lenguaje artístico muy novedoso le hicieron granjearse un respeto incondicional". A pesar de que muy pocos pudieron ver sus obras antes de 1989 (siempre en la más absoluta clandestinidad), Schvartzman es "una leyenda para varias generaciones de rusos. Su arte estaba prohibido y, por otra parte, él mismo no aspiraba especialmente a alcanzar gran popularidad. Pero contaba con un reducido grupo de discípulos y para no pocos de sus contemporáneos fue un pensador, un maestro y un filósofo". Enigmático, de notable hondura e imaginación y con una sólida conexión espiritual, la obra de Schvartzman responde bien a sus propias palabras: "Para entender mi obra basta un corazón abierto y un poco de confianza".

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