Cultura

El vértigo del soldado

  • El CAC Málaga inaugura el próximo viernes 23 'Holding emptiness', una exposición que reúne vídeos, fotografías, dibujos e instalaciones de Marina Abramovic

En 1973, Marina Abramovic (Belgrado, 1946), que acababa de graduarse en la Academia de Bellas Artes de Zagreb, estrenó su primera performance. La intervención se titulaba Rhythm 10 y sirvió de preludio al ciclo Rhythm, con otras tres piezas presentadas hasta 1975. En ella, Abramovic realizaba ante un público reducido y anonadado una ejecución de una popular prueba de valor rusa conocida como el juego del cuchillo. La artista abrió su mano izquierda y la fijó sobre una mesa con los dedos separados, mientras tomaba un cuchillo con la derecha y comenzaba a golpear los espacios que quedaban entre los dedos, de manera rítmica y a velocidad creciente. Cada vez que se cortaba, cambiaba de cuchillo. En la performance empleó un total de veinte. La gran novedad que aportó Abramovic fue el uso de una grabadora de audio: registró en una cinta todo el proceso y, una vez terminado, reprodujo el sonido mientras repetía el juego intentando ajustarse al ritmo de la grabación. Aunque ya movimientos como Fluxus habían desarrollado interesantes propuestas a través del happening, aquel aquelarre sirvió para bautizar de una vez la performance como disciplina artística independiente. La consecuencia en el mundo de las artes fue decisiva, no sólo por la pulverización de los límites entre creador y obra, sino también (más aún) por cuanto permitió dirimir sobre la consciencia del artista. Muchos años después, Abramovic se consideró a sí misma "la abuela de la performance", y no sin razón: a través del resto de piezas de la serie Rhythm, así como otras intervenciones como Art must be beautiful, artist must be beautiful (estrenada en Copenhague en 1975), se infringió los más severos castigos a través de estrellas incendiadas con petróleo, píldoras de efectos devastadores e incluso los más diversos instrumentos (rosas, plumas, miel, escalpelos, revólveres y preservativos) puestos al servicio de los espectadores para que los aplicaran en su cuerpo como deseasen (finalmente, el experimento siempre terminaba en un dolor extremo, muy en la línea de las investigaciones que el psicólogo estadounidense Stanley Milgram había desarrollado a comienzos de los años 60). Existía una puerta destinada a abrirse como respuesta a los horrores del siglo. Y quien tomó la decisión fue una mujer llamada Marina Abramovic.

El próximo viernes 23, el CAC Málaga inaugurará la exposición Holding emptiness, una selección de instalaciones, fotografías, vídeos y dibujos de Marina Abramovic, que presentará personalmente la muestra, y de la que ya se pudo ver en el mismo centro el año pasado una pieza de videoarte, The hero, con motivo de su décimo aniversario. Holding emptiness ha sido comisariada por Fernando Francés y organizada con la colaboración del Festival de Cine Español de Málaga y Bang & Olufsen. Según reza la invitación cursada por el propio CAC, "la artista serbia invita a los espectadores a que interactúen con su obra a través de las sensaciones que experimenten en algunas de sus instalaciones"; pero, de cualquier manera, la exhibición permitirá conocer más y mejor a una de las personalidades más influyentes y a la vez enigmáticas del arte contemporáneo, con una trayectoria que arranca en el underground radical y conduce hasta los grandes templos de la ópera y la admiración rendida de la postmodernidad.

Marina Abramovic se define a sí misma como un soldado, lo que casi puede interpretarse literalmente. Descendiente de un patriarca de la Iglesia Ortodoxa Serbia, que fue su tío abuelo y fue proclamado santo, Abramovic es hija de dos partisanos de la Segunda Guerra Mundial. Su padre, considerado héroe nacional, abandonó a su familia en 1964 y desde entonces su madre instauró una rígida disciplina en casa que marcó a fuego a la artista. Después de graduarse en Zagreb se casó y comenzó a trabajar dando clases en la Academia de Novi Sad. En 1976, tras el impacto de Rhythm, su suerte parecía sin embargo imitar a la de su madre: su marido la abandonó después de cinco años de matrimonio y ella se marchó a Ámsterdam. Allí conoció a Uwe Laysiepen, un artista alemán que se hacía llamar Ulay y con el que fundó el colectivo The Other. Ambos ahondaron en las posibilidades de la performance prolongando los límites de sus cuerpos con efectos no menos radicales: en Breathing In / Breathing Out, conectaban sus bocas de manera que cada uno inspiraba el aire exhalado por el otro, hasta que los dos caían inconscientes con los pulmones llenos de dióxido de carbono. En Impoderabilia, se situaban desnudos en los márgenes de una puerta, dejando un estrecho pasillo por el que debían cruzar los espectadores. Durante no pocos años, Ulay y Abramovic constituyeron uno de los fenómenos artísticos más asombrosos y fecundos de la vieja Europa.

Aunque no fue un proceso sencillo, la performance comenzó con el tiempo a abandonar la clandestinidad y habitar la institucionalidad artística, museos incluidos. La presencia de Abramovic fue especialmente reclamada a partir de los años 90: conviene recordar, de entrada, la presentación de sus Nidos humanos en la dehesa Montemendio, en Vejer de la Frontera (Cádiz). En 2005 compareció con Seven Easy Pieces en el Guggenheim de Bilbao, en 2007 llevó Balkan Erotic Epic a la galería La Fábrica en Madrid y en 2010 el MoMA de Nueva York le dedicó la retrospectiva The artist is present, con piezas de vídeo, fotografía, instalaciones, y la presencia de Abramovic sentada en una silla ante una mesa, disponible para cualquiera que quisiera compartir unos instantes de silencio con ella (en esta ocasión, sólo eso. Busquen en internet el vídeo en el que quien se sienta al otro lado de la mesa es Ulay, a quien la artista no veía desde 1988, cuando el dúo se disolvió tras una performance en la Muralla China: no tiene desperdicio) durante 716 horas seguidas. En abril de 2012 se estrenó en el Teatro Real de Madrid Vida y muerte de Marina Abramovic, un espectáculo creado por Bob Wilson en el que Abramovic comparecía en escena con el actor Willem Dafoe y el cantante Antony. Una de las mayores seguidoras de la artista es Lady Gaga: ambas compartieron el año pasado un largo retiro espiritual y artístico en la casa de campo de Abramovic, y han aparecido juntas en diversas ocasiones.

Con Abramovic, Málaga dispone de una ocasión de oro para interrogarse sobre sí misma. Y, por su bien, le conviene aprovecharla.

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