Cultura

Y la vida (el cine) continúa

Justo cuando el Nuevo Cine Argentino empieza a quitarse de encima el estigma minimalista, contemplativo y silencioso que ha hecho de muchas de sus cintas una marca de estilo, etapa a la que parecen poner nuevo rumbo la torrencial y frondosa Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, o Leonera, de Pablo Trapero, definitivamente decididos a contar historias y personajes, Lisandro Alonso nos deja la que en apariencia es la más narrativa de sus cuatro películas, culminación de un ciclo que comprende, siempre en los márgenes de la industria, La libertad, Los muertos, su gran obra maestra, y Fantasma, filmes todos inéditos en España aunque pronto recuperables en DVD gracias al sello Intermedio.

Cine sin guión, sin actores, cine "material y físico" (Quintín dixit), Liverpool se sitúa, una vez más, ante una figura errante, frente a un cuerpo que se mueve por el paisaje, un cuerpo opaco y singular al que seguimos en su deriva sin que por el camino se atisben psicología ni explicación algunas sobre sus motivaciones o propósitos. Miramos, seguimos, acompañamos, deducimos, tal vez, en un ciclo de acciones y rutinas. La cámara adopta una prudencial distancia, marca un tempo propio para observarlo desde una esencial concepción de la puesta en escena. El silencio (la ausencia de palabra), el misterio, atraviesan la cubierta y los camarotes de un barco, se apoderan de un paisaje portuario, invernal y nevado. Las conversaciones cotidianas apenas sirven para una comunicación de necesidades primarias en interiores equilibrados por el encuadre, el color y las texturas. Sin embargo, en este ámbito de la mirada y la desolación varios detalles apuntan al relato escondido: nuestro personaje apenas anuncia una visita a su madre enferma, a la que no ve desde hace años. Una vez hecha la visita, huidizo y sigiloso, nuestro personaje sigue su camino, dejando atrás las mismas dudas. Sin embargo, ya no le acompañamos en su viaje, la cámara se queda, la vida (el cine) continúa en el que fue su espacio (el de su drama), la casa materna, los trabajos en el aserradero, el bar con los mismos parroquianos, un llavero con la palabra "Liverpool". Estamos, en fin, ante una variación del trayecto de Los muertos. Alonso no se contenta con repetir la fórmula y el proceso. Liverpool parece querer disolver sus propias pistas narrativas como la nieve que cubre las huellas del camino. La ambigüedad de lo real, que es aquí la misma ambigüedad del cine, queda ya del lado del espectador.

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