Cultura

La vida bajo el hielo

  • El Museo Ruso presenta su nueva colección anual, 'Radiante porvenir', una mirada inclusiva y monumental al realismo socialista del siglo pasado

Si la Historia tiende a escribirse con trazo grueso (y dispuesto a serlo más aún con el paso de los años), la historiografía del arte comparte sin remedio un discurso sin mucha ocasión para los grises. Cuando hablamos de un arte armado para, directamente, representar la Historia (así, en mayúsculas), la tendencia se acentúa aún más. Olvidada ya la Guerra Fría (o revitalizada, quién sabe, en el nuevo paisaje de amenazas nucleares), el periodo de la URSS se extiende como una mancha negra en la Historia de Rusia, especialmente entre la Revolución de 1917 y la muerte de Stalin en 1953, antes de lo que se conoció como el deshielo: el relato habla aquí de una tiranía implacable que contó a sus víctimas por millones, que cercenó de raíz cualquier mínima digresión y que terminó siendo aceptada por Europa dadas sus implicaciones para el final de la Segunda Guerra Mundial. Del mismo modo, el arte practicado en la Unión Soviética durante este periodo se adscribe de manera unilateral y sin fisuras, eliminados el formalismo y el constructivismo como registros degenerados, al realismo socialista, la representación monumental de los líderes y los procesos de producción que mantenía en funcionamiento la maquinaria estatal a mayor gloria de la propaganda. Es en este sentido donde resulta especialmente relevante la nueva colección anual del Museo de Arte Ruso de San Petersburgo en Málaga, Radiante porvenir. El arte del realismo socialista, que se inauguró ayer junto a las dos exposiciones temporales La mirada viajera. Artistas rusos alrededor del mundo y la individual dedicada a Mikhail Schvartzman, y que podrá verse en Tabacalera hasta febrero de 2019 (este fin de semana con entrada gratuita para celebrar su puesta de largo). La propuesta llega directamente desde San Petersburgo para demostrar que bajo el paraguas del realismo socialista hubo una diversidad creativa mucho más amplia de lo que habitualmente se acepta. Es decir, que hubo vida bajo el hielo. Y conviene apuntar, de entrada, que el proyecto cumple bien este propósito.

La nueva colección anual reúne así un total de 132 obras, la mayor parte en formatos tan descomunales que han puesto a prueba a los técnicos del Museo Ruso en Málaga a la hora de organizar y ejecutar su distribución, de artistas que resultarán todo un descubrimiento para el público local como Alexander Deyneka, Alexander Samokhalov, Olga Yanokvskaya y Valentin Serov (algunos, eso sí, ya estuvieron presentes en anteriores muestras del mismo centro). La directora artística del Museo de Arte Ruso de San Petersburgo y comisaria de la colección, Evgenia Petrova, insistió ayer en que la idea de que todo el realismo socialista obedece a los mismos patrones "responde a un mito que queremos romper con esta exposición. Además del arte oficial hubo un arte que vivía su propia vida". Y añadió: "Después de 1917, los artistas discutían sobre cómo debían representar la nueva vida, y muchos que venían de las vanguardias pensaban que había que evolucionar desde ahí. Otros admitían que los trabajadores no se podían representar del mismo modo en que se había inmortalizado a los burgueses del siglo XIX". Una aportación interesante en este sentido fue la de Malévich, quien "aceptó que el nuevo arte representara los nuevos temas propuestos por el realismo socialista: los líderes, el trabajo, la organización social y el deporte, entre otros. Pero, en su opinión, cada artista debía hacerlo a su manera, atendiendo a sus propias inquietudes". Como es bien sabido, esta opción quedó convenientemente rechazada. Es cierto que no pocos artistas defendieron su propia parcela, pero por lo general esta diversidad se dio en la sombra. Buena parte de los cuadros mostrados en la nueva colección del Museo Ruso no vieron la luz hasta la Perestroika de finales de los ochenta, aunque habían sido realizados treinta, cuarenta o cincuenta años antes (véanse obras de Boris Yermolaiev, Samuil Adlikanvin y el citando Alexander Deyneka).

La exposición se distribuye en siete grandes bloques. Líderes aúna representaciones de, en su mayor parte, Lenin y Stalin, en su mayor parte en el apogeo de ambos (aunque con excepciones como I. V. Stalin en la región de Turujanks, donde Yaroslav Nikolaiév retrata al líder en su exilio de juventud en Siberia). El Hombre Nuevo ahonda en la prefiguración de la incipiente criatura revolucionaria (atención al discurso feminista con las mujeres lectoras). Para la felicidad del pueblo es la sección de los grandes gabinetes políticos y de las escenas de gobierno, retratados con intención propagandística en lienzos enormes como En aras de la paz (Firma del Tratado de amistad, alianza y ayuda mutua entre la Unión Soviética y la República Popular China, firmado en 1950 por Víktor Vijtinski y su brigada (a menudo los artistas tenían poco tiempo para terminar sus encargos y contaban con ayudantes). Petrova, por cierto, contó ayer que "dados los muchos fusilamientos que se ordenaban en los años 30, a menudo se pintaban los rostros de los personajes retratados aparte y no se incluían en el conjunto hasta última hora". Trabajar para el futuro se centra en el campesinado y las fábricas con piezas de mobiliario incluidas. Deporte, La Gran Guerra Patriótica y Después de la Guerra completan un órdago que toma en peso todo un siglo. Alguien tenía que pintar al monstruo.

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