No puedo estar más contento con la Biznaga de Oro a Las distancias. La película de Elena Trapé nos regala el tipo de cine que me interpela y zarandea. El cine que me concierne, con personajes reconocibles. El cine que, una vez localizado como se encuentra un tesoro, me gusta recomendar. El cine, en definitiva, que no me canso en revisitar y comentar con quienes han tenido la suerte de compartirlo.

Porque es el cine de la vida. El cine que nos cuenta y nos hace reflexionar sobre los vericuetos de la existencia, sobre las relaciones personales y las erosiones que sufren con el paso del tiempo. Sobre la amistad y el amor. La ilusión y la realidad. Lo que pudo ser y no fue.

Aunque la estructura aparente ser teatral, dado que prácticamente existe unidad de tiempo y espacio en la historia, que se desarrolla en un fin de semana en el interior de un piso berlinés, Las distancias es cine en estado puro, y cine de hondura notable. Con una aproximación a los personajes, un tempo, un tono, una atmósfera, una luz, un clima, unos silencios y una sensibilidad que, lamento confesarlo, en absoluto nos puede reportar una puesta en escena teatral (ay, esas adaptaciones de películas como Smoking room o Solas, qué osadías).

La Biznaga a la mejor directora apuntala el premio a la mejor película, porque el jurado aprecia y subraya que es la mirada personalísima de Elena Trapé, son sus decisiones de puesta en escena, de montaje y elipsis, las que hacen de Las distancias (una historia que podría contarse 10.000 veces sin repetirse) una obra singularísima y reconocible. Comentario aparte merece Alexandra Jiménez, merecidísima Biznaga a la mejor actriz. Una comedianta de raza que demuestra en esta protagonista unos registros sólo al alcance de las más grandes. Las distancias es una de las mejores películas vistas en el Festival en la última década.

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