Pasan los días y las películas vistas van acomodándose en la mente. Unas quedan instaladas en un rincón privilegiado de la memoria, de otras recordamos solamente una imagen icónica, y también las hay que pasaron sin pena ni gloria, y se fueron como llegaron. A punto de conocerse el palmarés, las imágenes de No sé decir adiós, de Lino Escalera, se asientan como una de las apuestas más sólidas de cuantas hemos visto en esta edición del Festival.

Parece mentira que un director debutante, aunque con sobrado oficio en el terreno del cortometraje, haya logrado pergeñar una obra de tanta envergadura moral, que rebosa tal nivel de verosimilitud en todas sus secuencias. La película está estructurada en torno a ellas, que siempre concluyen con un corte a negro.

De este modo asistimos como a retazos de la existencia de estos tres seres extraviados que protagonizan la historia. Lo bueno de No sé decir adiós es que desconocemos los porqués del extravío. Ignoramos de dónde vienen los personajes, qué les ocurrió para estar como están. Basta un retrato certero, y eso es lo que interesa, para dibujar sus perfiles, conocer su esencia y sentirnos concernidos por ellos.

Una de las audacias del guionista y del director reside en decidir cómo cierra su película. Están narrando una historia cuyo final conocemos desde el principio, por lo que no puede haber sorpresa. Pero logran que el final sea antológico, uno de esos que recordaremos siempre. Y que deja en estado de shock al respetable.

Como ya se dijo desde el momento de la proyección, más allá de las Biznagas, aquí hay Goyas a la vista. A la dirección novel a Lino Escalera, a la actores Juan Diego, Lola Dueñas y Nathalie Poza. Y al guionista Pablo Remón. Hacedores de Cine en mayúsculas.

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