Análisis

antonio sempere

Falsear el diagnóstico

Si de lo que se trata es de jugar en esa liga, yo dejo de sacarme el abono

Ojo, que el cine español podría morir de éxito. Me explico. Si nos ceñimos a lo acaecido durante este 2018, las cifras en taquilla no pueden ir mejor. Sin necesidad de que intervenga la otrora dupla soñada (Almodóvar/Amenábar, que sí coincidirán en las carteleras de 2019), ni siquiera de un Álex de la Iglesia en estado de gracia.

Ha bastado ese tipo de cine que todos reconocemos como cine-español-de-toda-la-vida, comedia mediante, para que las cifras se hayan disparado. En enero, Que baje Dios y lo vea y Thi Mai; en febrero, Sin rodeos; en marzo, La tribu y Paella Today; en abril, Campeones. Lo curioso ha sido que entre ellas se han quitado público. Si ese fuera el único problema del cine español, que unas películas se roban espectadores a otras, estaríamos de enhorabuena.

Por desgracia, las razones de mi preocupación son bastante más hondas. Porque si de lo que se trata es de jugar en esa liga, que me perdonen, pero yo dejo de sacarme el abono, por más que sea un histórico de esos a los que sacaron el carnet de socio al nacer. No me conozco sin mi ración de cine español semanal, pero no me reconozco en este cine español.

A mí me interpela otro tipo de cine. Si nos ceñimos al Festival de Málaga, la película que más me zarandeó en la pasada edición fue No sé decir adiós. Del mismo modo que la que más me ha concernido de la presente (a falta de completar el ciclo) ha sido Las distancias de Elena Trapé. Con diferencia. Lo decepcionante es que ambos títulos tengan un techo de, pongamos por caso, unos 10.000 espectadores, y creo que tiro por lo alto. Y que decidamos si el cine español va bien o no tanto en función de los resultados de Miamor perdido, Superlópez o el Jurassic Park de turno. Eso, para mí, es falsear el diagnóstico.

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