El discreto deseo, la jovial esperanza de este artículo es que aquellos de ustedes que no conozcan a Novalis, lo lean, y quienes lo conozcan, no lo olviden. Aún es legal soñar.
Novalis era lírico y metafísico. No es raro que ambas cosas vayan de la mano, pero en Novalis tal coyunda tiene rasgos muy especiales. Su idealismo mágico, expresión que siempre sale cuando se habla de su obra, y yo no quiero ser menos, tiene que ver con la unión del hombre con el cosmos: ¡ahí es nada!
En 1797 murió, a los precoces 15 años, su amadísima Sophie von Kühn. Fue el punto de partida de los inolvidables Himnos a la noche y, por ende, del romanticismo alemán: el verdadero romanticismo, a cuyo lado los demás son pálidas funciones de colegio.
Novalis empieza cantándole a la luz, como hacen casi todos los hombres:
…la gratísima luz
[…] un mundo gigantesco
de infatigables astros
que sobrenadan en su mar azul;
la fulgurante piedra
y la planta tranquila;
y la fuerza agitada
Pero pronto nos descubre hacia dónde dirige en verdad la mirada:
Yo, sin embargo, vuelvo
hacia la misteriosa, inexpresable
noche sagrada.
Dije que lírica y metafísica -transmutable en mística- suelen ir juntas. Enseguida nos llegan ecos de Fray Luis de León, que se alejó del mundanal ruido por la escondida senda:
Muy lejos queda el mundo, como si sepultado en honda fosa.
[…]
Los breves goces,
las ilusiones vanas, toda una larga vida
aparece con vestiduras grises,
cuando ya el sol inicia
su desaparición…
Era, pues, de esperarse este lamento:
¿Ha de volver siempre la mañana? / ¿El poder de la tierra nunca terminará?
Y esas preguntas son el hontanar del que brotan unos versos cuya belleza asombra:
¡Sueño sagrado! […]
Sólo el necio te ignora
no sabe de otro sueño
que la sombra
con la que, compasiva, nos recubres […]
No te siente
en el caudal dorado de las uvas
ni en el aceite milagroso del almendro
ni en la savia oscura de las amapolas.
No sabe que eres tú
quien flota en derredor sobre los pechos
de la tierna doncella, transformando
en cielo su regazo…
T.S. Eliot bien podría haber conocido, antes de escribir La tierra baldía (o La tierra desolada, que eso queda por verse), estos versos de Novalis:
Huyó la fe,
la todopoderosa,
y su celeste compañera,
la imaginación
que todo lo transforma
y fraterniza.
Desde el norte
un viento frío y áspero sopló
sobre los campos gélidos
y la maravillosa patria
se disipó en el éter…
Himno a himno, Novalis dicta la gramática del romanticismo literario, que sobrevive en muchos de nosotros, fluyendo despacio por veneros muy hondos y secretos, a la espera de otros tiempos y otros vientos. Todos, hasta los más aguerridos, tenemos derecho, cuando nadie nos ve, a momentos de puro lirismo. Que no degenere en cursilería es responsabilidad nuestra, estética e intransferible.
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