La tormenta de nieve, de Tolstoi, es una obra corta, temprana y menor en su vasta producción, aunque Turgueniev, un exaltado, la puso por las nubes. Los mayores elogios suelen hacérsele a las descripciones de la tormenta. Sí, el ímpetu descriptivo se percibe enseguida; la belleza verbal, no; sospecho que en una traducción se pierde parte de esa belleza que muchos buenos lectores rusos le atribuyen. En todo caso, escribir una novela para describir una tormenta se me antoja desmesura.

Unos personajes de distintas clases sociales quedan aprisionados en una gran ventisca. Tolstoi indaga en sus miedos ante los graves peligros que acechan. Los campesinos de Tolstoi son más resignados y dignos que los señores. Los caballos también son resignados y nobles. Brutos. El vendaval peinazota sus crines. Hay cosacos y kalmukos y trineos y campanillas: tilín tilín. La historia empieza cervantinamente: …salí de una estación que no recuerdo ahora cómo se llamaba…

Cuando se conoce la obra de Tolstoi, lo interesante aquí es ir descubriendo apuntes de lo que serían después los principales rasgos de su escritura, por ejemplo: su preocupación por que cada personaje, hasta el más modesto, deje huella, y las grandes dotes de observación que les otorga a todos. Aquí, el narrador revela su desconfianza hacia un cochero y de entre las mil razones que podría tener, elige la más arbitraria:

…algo me impedía tenerle confianza porque llevaba las orejas cubiertas con un pañuelo.

Curioso: también son las orejas del marido las que hicieron comprender a Ana Karénina que no estaba enamorada de él.

El escritor trastea con los contrastes cromáticos: ¿Qué es eso que negrea allá a lo lejos?, luego pisaba de manera acompasada el camino emblanquecido y muy poco después hay una larga franja negra que se movía. Una narración ajedrezada.

Las archicélebres inquietudes morales y estéticas de Tolstoi ya están aquí, al identificar belleza y moral:

…aquella belleza tenía un poder tan intenso en mí, que tuve la impresión de ser también yo bueno…

Pero ese apunte de bondad es puesto de inmediato en cuarentena cuando, ególatra, el personaje añade: y si algo me dolía, era que nadie me admirara.

Dentro de la historia principal hay, de súbito, otra historia, mediante una analepsis (flash back); con ella vemos lo lejos que estaba aún el gran narrador que llegó a ser después. La inclusión de esa otra trama se justifica poco y, más que ayudar a la narración, la interrumpe algo desmadejadamente. Pero donde sí se atisba ya al gran escritor es en la habilidad para perfilar a los personajes en unas pocas líneas de diálogo. Veamos cómo el citado cochero alimenta la desconfianza que inspira:

-No iremos a extraviarnos, ¿verdad? […] -Dios dirá […] -Sería mejor que me dijeras si crees que podrás depositarme sano y salvo en la siguiente estación de posta […] -Deberíamos llegar -dijo el cochero…

Es difícil leer La tormenta de nieve y no pensar en la otra, la de Pushkin, que impidió a dos jóvenes amantes realizar sus alocados planes de fuga y boda. También Pushkin describe con maestría la tormenta, aunque, para no mentir, lo que en verdad recuerdo de su historia es la humorada del principio: María Gavrilovna había crecido con las novelas francesas y estaba, por consiguiente, enamorada.

Ah, la neige !

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