Hace unas cuantas semanas, entrevistando a un trabajador del puerto prejubilado le pregunté si podía calificarlo como portuario. Rotundamente me contestó que no, ya que esa denominación, a su entender, simplificaba y rebajaba su vida laboral. Hace ya de esto algunos años, uno de los principales responsables del puerto malacitano me recriminaba, medio en broma medio en serio, que empleara en mis escritos la palabra portuario para referirme a los trabajadores del puerto, ya que en su opinión, este vocablo esta marcado de unas connotaciones no demasiado positivas. Cuando para un reportaje, hace también de esto algunos años, entrevisté a tres mujeres implicadas en muy diferentes puestos de trabajo en el puerto, ninguna de ellas se negó a que las denominara como portuarias, e incluso, el trío se sintió muy halagado cuando titulé aquel artículo como "Orgullosas de ser portuarias".

Frente a estas disquisiciones semánticas donde siempre habrá opiniones para todos los gustos, lo que sí está claro, es que el término portuario en la mayoría de las ocasiones se ha empleado con un cierto tono peyorativo; un sesgo del pasado que rememora malas condiciones laborales y unas formas de trabajar, que en muchos casos, han estado al borde de la ilegalidad.

Sea como sea, y dejando aparte susceptibilidades más propias de otros colectivos, lo que no deja de ser verdad es que siendo estrictos con nuestra lengua, las personas que desempeñan algún tipo de labor relacionada con un puerto de mar, así lo refiere la Real Academia de la Lengua, han sido, son y serán portuarios; una muy especial denominación que dependiendo a quién y cómo se diga siempre podrá ser vista y entendida como un halago o un insulto.

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