Decía que la muerte también era un regalo de la vida, que no le tenía miedo. A cualquiera le podía sobrevenir un adiós repentino en un momento. Nadie está exento, está claro. Pero su adiós llegó ayer tarde de forma inesperada y cortante. Nos dejó fuera de juego, escuchando de fondo la música del Carnaval, el jolgorio en la calle y sin poder dar crédito. Demasiado pronto, demasiado joven, demasiado aún por hacer, por ver, por visitar, por tuitear. No pensé que su risa se apagara ya, casi sin avisar, a pesar de conocer el rechazo de su último trasplante y su delicado estado de salud. Su fortaleza seguía siendo su guía y la de muchos. Él era la personificación de la esperanza, el rostro de la victoria, del se puede superar, el protagonista de una película que merecía otro final.
Tan sólo hablé con él tres o cuatro veces. Muy pocas aunque quizás suficientes para reconocer la lección que, consciente de ello o no, impartía haciendo tambalear las inseguridades y sandeces que llenan nuestros días de insignificancias. Quiso dar una imagen distinta de la lucha contra el cáncer y logró transmitir optimismo a su legión de seguidores. Enfermos o no, a todos supo abrir los ojos. "Si mis palabras han hecho que tan sólo una persona se haya levantado del sillón para ir a donar habrá merecido la pena", comentaba. Con absoluta seguridad fue así. Con absoluta seguridad mereció la pena que usara las redes sociales en forma de diario, que motivara a tantos e hiciera mejor este mundo. Llegó el descanso, aunque quizás demasiado prematuro, para su brazo armado de valor. Pero no puede llegar para su generosidad y su espíritu de lucha. Esos deben de permanecer en la memoria colectiva para seguir levantando almas del sillón. Fuerza ahora a los suyos.
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