Análisis

Cristina Fernández

Un final prematuro

Llegó el descanso para su brazo armado de valor pero no para su espíritu de lucha

Decía que la muerte también era un regalo de la vida, que no le tenía miedo. A cualquiera le podía sobrevenir un adiós repentino en un momento. Nadie está exento, está claro. Pero su adiós llegó ayer tarde de forma inesperada y cortante. Nos dejó fuera de juego, escuchando de fondo la música del Carnaval, el jolgorio en la calle y sin poder dar crédito. Demasiado pronto, demasiado joven, demasiado aún por hacer, por ver, por visitar, por tuitear. No pensé que su risa se apagara ya, casi sin avisar, a pesar de conocer el rechazo de su último trasplante y su delicado estado de salud. Su fortaleza seguía siendo su guía y la de muchos. Él era la personificación de la esperanza, el rostro de la victoria, del se puede superar, el protagonista de una película que merecía otro final.

Tan sólo hablé con él tres o cuatro veces. Muy pocas aunque quizás suficientes para reconocer la lección que, consciente de ello o no, impartía haciendo tambalear las inseguridades y sandeces que llenan nuestros días de insignificancias. Quiso dar una imagen distinta de la lucha contra el cáncer y logró transmitir optimismo a su legión de seguidores. Enfermos o no, a todos supo abrir los ojos. "Si mis palabras han hecho que tan sólo una persona se haya levantado del sillón para ir a donar habrá merecido la pena", comentaba. Con absoluta seguridad fue así. Con absoluta seguridad mereció la pena que usara las redes sociales en forma de diario, que motivara a tantos e hiciera mejor este mundo. Llegó el descanso, aunque quizás demasiado prematuro, para su brazo armado de valor. Pero no puede llegar para su generosidad y su espíritu de lucha. Esos deben de permanecer en la memoria colectiva para seguir levantando almas del sillón. Fuerza ahora a los suyos.

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