Análisis

sanz irles

escritor

Las mandarinas de Akutagawa

Más modosamente que Erasmo, que elogió la locura, Junichiro Tanizaki escribió su muy apañado ensayito Elogio de la sombra y nos hizo ver cuánto y cómo se fijan los japoneses en la luz, el color y en sus opuestos.

En Vida de un idiota y otras confesiones, de Akutagawa Ryunosuke, leo un relatito titulado Las mandarinas. En él, un misántropo de tomo y lomo va en un tren; un vagón solitario; de pronto sube una jovencita:

Evidentemente era una muchacha de campo con las mejillas agrietadas y enrojecidas […] No me gustaba ese tipo de caras vulgares […] Y, para colmo, me exasperaba su mente estúpida, incapaz incluso de distinguir un billete de segunda de uno de tercera.

Irritado por la inoportuna presencia, el huraño intenta aislarse mediante la lectura del periódico, que sólo da cuenta de más vulgaridades: la cuestión de la paz, el novio y la novia de una boda, la corrupción, las esquelas… El tren, entonces, entra en uno de los muchos túneles de ese recorrido y todo empeora:

El tren en el interior del túnel, la muchacha de campo y el periódico repleto de mediocridad…

Aún en el túnel, la muchacha logra abrir la ventanilla tras varios forcejeos. Horror:

…por el hueco cuadrado que quedó abierto, penetró un aire negruzco, como hollín derretido, que se convirtió enseguida en un humo asfixiante…

Por fin sale el tren del túnel, de las tinieblas a la luz, y la tozuda campesina, con medio cuerpo fuera de la ventanilla:

…agitó enérgicamente su mano llena de sabañones. Acto seguido, unas cinco o seis mandarinas, teñidas por los colores de uno de esos días cálidos que le alegran a uno el corazón, llovieron del cielo por separado sobre los niños que decían adiós. […] La muchacha, que probablemente iba a servir a la gran ciudad, había arrojado por la ventanilla algunas de las mandarinas que guardaba en su pecho a sus hermanos pequeños, como recompensa por haber ido a despedirla expresamente hasta aquel paso a nivel.

Imaginamos los reflejos, los destellos de las mandarinas en su vuelo, por aquel paso a nivel de las afueras teñido por la luz del anochecer. Sí, porque el anochecer tiene también su luz, asustadiza, tal vez, dubitativa, tímida.

Esas mandarinas fueron importantes. Nuestro misántropo mira ahora a la muchacha -y a la vida- con otros ojos:

…como si estuviera mirando a otra persona totalmente diferente. […] por primera vez fui capaz de olvidar mi indescriptible fatiga y hastío: capaz incluso de olvidar la vida, sí, la vida incomprensible, vulgar y aburrida.

Él miraba a la joven y yo miro una foto de Akutagawa: un rostro inverosímil, elongado, como si lo hubiera imaginado El Greco; la mirada parecería desdeñosa a primera vista, pero no lo es, sino más biende una extraña crueldad interesada.

En Engranajes anotó:

Ya no tengo fuerzas para seguir escribiendo más. Vivir con este sentimiento es un dolor indescriptible. ¿Es que no hay nadie que me haga el favor de venir y estrangularme silenciosamente mientras duermo?

Al parecer no hubo nadie, así que se quitó la vida el mismo, en julio de 1927, a los treinta y cinco años. La razón la contó él mismo: Bonyari shita fuan, o sea, una angustia confusa. Es un motivo, convengámoslo.

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