Desde que Alejandro Amenábar bautizó a Bosco como protagonista de Tesis (y eso sucedió en 1996) no me había encontrado a un tocayo suyo tan relevante en el cine español. El de Selfie lo es. Me esperaba lo mejor de Víctor García León. Y ya se sabe que las altas expectativas de los críticos son un arma de destrucción masiva. Es mucho mejor cuando no esperamos nada y llega la sorpresa. Brota la chispa y surge el descubrimiento. Eso ocurrió con La primera noche de mi vida, Torremolinos 73 o Smoking room. O con Más pena que Gloria, aquella delicia de Víctor.

La cuestión es que Selfie, planteada como cine de guerrilla, va mucho más lejos que, por ejemplo, Hablar, con la que Joaquín Oristrell, inauguró este Festival hace un par de ediciones. Mientras Hablar se tomaba tan en serio, Selfie es mucho más osada, más valiente y más eficaz. Porque es más canalla. Porque tiene más mala leche. Porque recupera y actualiza a Azcona tal como lo hizo el padre de Víctor, José Luis García Sánchez, de Colorín colorado en adelante. No es éste un cuento feliz, desde luego, aunque haga mucha gracia y la temperatura de la sala se caliente por momentos a golpe de carcajadas. Como quien no quiere la cosa, quitándose importancia, a la manera en que David Trueba 'juega' con su serie Qué fue de Jorge Sanz, Víctor García León nos regala un vitriólico retrato de la España actual, que servirá para reconocernos cuando pasen muchos años.

Pero qué bien está en el papel de Bosco su cómplice necesario, Santi Alverú. Y qué grande en el personaje de ciega Macarena Sanz, de la que me enamoré en cuanto la vi en la versión de El inspector de Gogol que adaptó Miguel del Arco en el Valle Inclán, haciendo de hija de Pilar Castro. Espero que a Víctor García León, una de las cabezas mejor amuebladas de nuestro cine, le falten manos la noche de la entrega de las Biznagas.

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