Postales desde el filo

José Asenjo

Alameda-Plaza de la Marina

EL recorte (mayor o menor) de obras públicas, anunciadas o en marcha, traerá malas consecuencias, aunque no tan graves como la que acarrearía no poder controlar el déficit. El Gobierno tiene la responsabilidad de tomar medidas (obligado a elegir entre dos males) y asumir el coste político de las mismas. En cambio, parece, por lo que vemos estos días, que los agentes sociales y económicos no tengan más obligación con el país que la de poner el grito en el cielo. Bueno, pero no es esto de lo que les quería hablar sino de cómo, coincidiendo con ésta polémica, ha reaparecido en nuestra ciudad el ambicioso proyecto de peatonalizar, aprovechando las obras del metro, la Alameda y la Plaza de la Marina. Por el contexto y por venir a engrosar el amplio catálogo de promesas, en lugar de propiciar el debate propio de una propuesta de este carácter, el personal se lo ha tomado a cachondeo.

Aunque muy probablemente el proyecto nunca se haga realidad me parece que requiere cierta atención. Su interés, igual que el de la peatonalización de la Carretera de Cádiz y la calle Ayala propuesto por el arquitecto Rafael Reinoso (cuyas hermosas imágenes difundió en su día Málaga Hoy), radica en que viene a alterar un orden "natural" de las cosas basado en la absurda idea de que el sujeto principal del urbanismo no son las personas sino sus vehículos.

A lo largo del pasado siglo el urbanismo entronizó al coche como rey absoluto de la ciudad. Incondicionalmente rendidos a sus ruedas le entregamos sin contrapartidas el espacio público. El automóvil simbolizaba el futuro y el progreso cuando ambas cosas eran aún sinónimas. Hoy ya es aquel futuro y las ciudades se han convertido en lugares imposibles. En el horizonte se empieza a ver el fin de los combustibles fósiles y los coches han dejado de ser iconos de progreso, y para la cada vez más dominante conciencia ecológica representa todo lo contrario: el maldito agente contaminador por excelencia.

El automóvil ha perdido prestigio y glamour pero sigue siendo un elemento imprescindible de nuestra vida diaria. A pesar de ello, propuestas como las mencionadas, aunque parezcan utópicas, sólo intentan democratizar nuestras ciudades aboliendo la dictadura que el coche ejerce sobre ellas. No se trata de establecer una dicotomía entre conductor y peatón, la inmensa mayoría de los ciudadanos somos una cosa y la otra. Ni de abordar esta tarea con el mismo dogmatismo con el que en su día se acometió la contraria, ignorando los inconvenientes que, sin lugar a dudas, tienen también las peatonalizaciones.

A los urbanistas les obligamos a hacer complejísimos planes generales en los que deben abordar tantos aspectos de la ciudad -la mayoría de ellos impropios de un documento de planificación urbana- que no les queda tiempo para dedicarse a las cosas verdaderamente importantes: que nuestras ciudades sean más bellas, más amables y que puedan ser lugares en los que podamos convivir con una razonable calidad de vida.

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