Aleixandre, Cernuda, Machado

El turismo degradante y de medio pelo avanza a pasos agigantados con el beneplácito de hosteleros y autoridades

El otoño es, sin duda, la estación de la lectura y la poesía. Los despistados se confunden y creen que es la primavera, pero se equivocan; ésta es más propicia a la sensiblería y las alergias en general. Y eso que ya ni el otoño es lo que era. Hasta hace unos años se podía pasear por la ciudad sin hordas de turistas, disfrutar de un café sin nadie martilleando los oídos con guitarra y voz de caña, visitar los monumentos sin colas de tíos con mochilas y zapatillas de deporte. Ya, eso, ni en otoño es posible. El turismo degradante y de medio pelo que arrasa todo lo que pilla avanza a pasos agigantados con el beneplácito de hosteleros y autoridades que no ven más allá del dinero rápido y fácil.

Con motivo del aniversario de la muerte de Cernuda el pasado domingo, vuelve a venirme a la memoria la recuperación para la ciudad de su casa natal. Se han dado pasos importantes, pero no acaba de llegar el definitivo. Buscando un turismo más selecto y menos degradante con la ciudad, se podría establecer un itinerario que, partiendo del Palacio de Yanduri, lugar de nacimiento de Vicente Aleixandre, pasara a la iglesia del Salvador, lugar de bautismo de Luis Cernuda, y a la Casa Natal de la calle Acetres, en la que podría estar la sede de la Casa de los Poetas o una entidad dedicada a la Generación del 27. La ruta pasaría por la iglesia de la Anunciación y su desaprovechado Panteón de Sevillanos Ilustres, hasta llegar al palacio de las Dueñas, lugar de nacimiento de Antonio Machado, aquel huerto claro en el que madura el limonero.

A partir de ahí lo que se quiera. Iglesias mudéjares de la calle San Luis, conventos de clausura, la restaurada iglesia de Santa Catalina, Omnium Sanctorum, mercado de la calle Feria, Palacio de los Marqueses de la Algaba, hasta llegar a la Macarena. Menos mal que no tengo influencia alguna, si no más valdría no dar pistas. No sólo no lograría elevar el nivel de nuestros visitantes ni desmasificar el mejor cahíz de tierra, sino que acabaría con lo poco que queda de una ciudad que va camino de convertirse en un inmenso bar lleno de veladores y comederos franquiciados. Vivir en el centro era un privilegio. Lo están convirtiendo en un martirio. Yo, que he nacido en la Alfalfa, vivo en ella y quisiera terminar allí el resto de mis días, lanzo un SOS en busca de protección a alguna ONG para no ser menos que el lince ibérico.

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