EL PUCHERO

Teresa Santos / Tsantos@malagahoy.es

Amy

FUERON horas angustiosas. Segundo a segundo la incertidumbre se transformó en inquietud y el desasosiego dio paso al terror. Estábamos de visita en una tranquila urbanización de la Costa, y nuestras dos hijas, entonces adolescentes, habían salido juntas después de cenar a dar un paseo por el interior del recinto, junto a otros chicos de su misma edad. Se les pasó el tiempo sin notarlo. No comprobaron que ,circunstancias de la vida, tenían los móviles apagados, y no consideraron necesario avisarnos de que se habían refugiado dentro de un portal porque había empezado a llover sin piedad. Las buscamos sin éxito y finalmente avisamos a la Guardia Civil que se puso en marcha de inmediato e incluso recorrió todos los locales de reunión juvenil de la zona. Cuando ya no sabíamos que hacer ni a quién recurrir, volvieron sin más, envueltas en ese inconsciente alborozo que se suele tener a esa edad.

A pesar del final feliz del episodio, me costó lo mío olvidar aquella sensación de impotencia desgarradora.

Imaginen por un momento lo que debe estar sintiendo Audrey Fitzpatrick, lo que podía estar pasando por su cabeza cuando intentó contener la emoción para dar lectura al comunicado de la familia tras la desaparición de su hija Amy,

Audrey Fitzpatrick se merece como mínimo que los medios de comunicación respetemos su deseo, no hacer un circo con este nuevo caso de desaparición.

Quedan en la memoria colectiva otros casos horribles, como el de Rocío Wanninkof , en el que concurrieron circunstancias nefastas. No se sabe que fue antes, si la presión mediática sobre los investigadores para que el caso se resolviera, o la necesidad de estos últimos de ofrecer un culpable a una sociedad que clamaba justicia.

Por esta y otras muchas razones, la primera de ellas, encontrar con vida a Amy, los investigadores se merecen poder realizar su trabajo sin presión, sin tener a los medios de comunicación pegados a sus talones.

Que se haya restringido el dispositivo de búsqueda de hoy a personal especializado es la mejor de las señales. En principio demuestra que no se actúa para la galería, y que se cuidan al máximo los detalles. Lo que menos tiene que importarle en este momento a la Guardia Civil es su propia imagen, aunque escuchen voces que digan que no están haciendo lo suficiente. Las pesquisas deben seguir su curso con el mayor de los sigilos, por mucho que nos cueste aceptarlo a nosotros, los informadores.

Son muchas las reflexiones que sugiere este caso. No puede ser bueno para la investigación que el caso Amy ocupe permanentemente portadas informativas, o que algunos programas de televisión se empeñen en conectar en directo con el lugar donde vive la familia de la joven desaparecida. Un caso así, ya lo hemos aprendido, es una responsabilidad compartida y los medios de comunicación no somos ajenos a ella. No hay ningún interés, sea el que sea, que esté por encima de lo que importa, encontrar cuanto antes a la joven Amy.

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