Es cierto que cualquier conmemoración tiende a la hipérbole y que es la exageración el elemento habitual a la hora de evocar cualquier acontecimiento. Esto sin duda está ocurriendo con las reflexiones sobre el 40 aniversario de las manifestaciones andaluzas del 4 de diciembre. La fecha nos trae el amargo recuerdo de los incidentes que se produjeron en Málaga y que ocasionaron la muerte del joven García Caparrós, única víctima andaluza de la transición. Pero esa desgracia no puede ocultar el carácter festivo y popular de aquellas movilizaciones. Aunque nadie puede negar su importancia y trascendencia se le están adjudicando intenciones y resultados que tienen poca relación con la realidad.

La convocatoria de aquella manifestación, que no se hizo contra nadie, tuvo como finalidad esencial medir el interés de la población andaluza por el autogobierno de su región. Y lo cierto es que el resultado no pudo ser más alentador. Nadie esperaba una respuesta tan generosa y entusiasta. Fue un reencuentro de todas las provincias en torno a una idea de identidad común. Y la cuestión no era intrascendente porque esa unidad no parecía tan clara. A la luz de los resultados de las primeras elecciones democráticas, Andalucía aparecía como una tierra de voto sólida y mayoritariamente progresista y, ante este hecho, la derecha de entonces (la UCD) acariciaba con discreción la esperanza de dividir la región en dos comunidades autónomas, la Bética y la Penibética, la oriental y la occidental, para así restar fuerza y potencialidad a lo que podía ser una Andalucía unida. Por eso, las manifestaciones de aquel día lo que conquistaron fue el sentido de la unidad de Andalucía que estaba sutilmente amenazada y también la conciencia de la fortaleza y el empuje de la identidad regional.

Hasta ahí el espíritu reivindicativo y el alcance político de lo que sucedió aquel 4 de diciembre de hace 40 años. No había en ese escenario político reivindicación alguna sobre la autonomía plena, ni discusión sobre la vía de acceso al autogobierno, ni emulación con ninguna otra comunidad, por la sencilla razón de que en aquellos días aún no se había redactado la Constitución ni los legisladores habían fijado criterio sobre cómo y quiénes podían llegar a ser comunidad autónoma. Ese segundo reto se salvó después, en un disputado referéndum un 28 de febrero, aunque ciertamente la semilla de la identidad andaluza quedó patente en las calles de nuestras ciudades en aquellas multitudinarias manifestaciones. Pero conviene no confundir.

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