Antropoceno

El mundo que nos rodea tiene ya poco que ver con el que vieron y celebraron nuestros remotos antepasados

La comunidad científica se muestra dividida a la hora de aceptar la existencia de una nueva era geológica, marcada por el impacto de la presencia humana sobre la Tierra, que sucedería al Holoceno vigente cuyo comienzo, según aprendimos en los libros de ciencias naturales, tuvo lugar tras la última glaciación, cuando la superficie del llamado planeta azul adoptó la forma que han conocido todas las generaciones desde el inicio de la Historia. Los críticos del término propuesto, Antropoceno, argumentan que se trataría de un periodo demasiado corto para haber dejado huella y que sólo cuando ésta sea inequívoca -para los geólogos, claro, porque a simple vista caben pocas dudas- podrá hablarse de una época como las anteriores, mucho más dilatadas y datables por el rastro en los estratos de la maltrecha corteza terrestre.

Hay quienes señalan como un hito, reciente pero terriblemente significativo, la radiactividad liberada por las explosiones atómicas, pero la mayoría de los que manejan la denominación considera la Revolución industrial, con la que empezó la transformación de los ecosistemas a gran escala, o incluso más atrás en el tiempo, la aparición de la agricultura en las sociedades neolíticas, como el punto de partida de un proceso que en nuestros días se ha acelerado hasta alcanzar magnitudes críticas. Más de diez milenios nos separan de las primitivas comunidades que abandonaron el nomadismo para fundar asentamientos estables, y aunque apenas nos diferenciamos de los ingeniosos labradores que cavaron las primeras huertas, sin dejar de añorar la edad en la que los frutos estaban al alcance de la mano, el mundo que nos rodea tiene ya poco que ver con el que vieron y celebraron nuestros remotos antepasados.

La contaminación, la destrucción de los entornos naturales o la pérdida de biodiversidad -los expertos hablan de la sexta extinción masiva, esta vez atribuible a la especie humana- son algunos de los factores que sobre todo en las últimas décadas están poniendo en peligro la continuidad de la vida tal como era antes del siglo XVIII. Los más optimistas dicen que tanto la humanidad como el resto de los seres vivos que no desaparezcan en el camino se adaptarán, como han hecho siempre, a cualquier escenario, pero las proyecciones a medio plazo no dejan de ser por ello menos desalentadoras. En cierta medida, podemos sentirnos afortunados por no habitar ese futuro poco o nada halagüeño que tal vez no tarde tanto en llegar y al que nos dirigimos, con la terca obstinación de los suicidas, sin atender a las señales de un colapso anunciado. La controvertida era acabará cuando no haya nadie para nombrar la nueva.

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