Desde el fénix

José Ramón Del Río

Austeridad republicana

UNO de los argumentos que esgrimen los partidarios de la República, como forma de gobierno, frente a la Monarquía, es su menor costo para los ciudadanos. Es evidente que el costo del gorro frigio, hecho en tela, símbolo de la república, es mucho menor que el de la corona del soberano, habitualmente de oro y, en ocasiones, con incrustaciones de piedras preciosas. El boato que acompañaba a las monarquías tradicionales cuesta más que los austeros símbolos republicanos y, si a esto se añade la "lista civil" -esto es, los familiares del rey que tienen una asignación en los presupuestos- puede concluirse que en este argumento del mayor costo no falta razón a los defensores de la república.

Pero hete aquí que días pasados, en estas mismas páginas, leo que el presidente del Parlamento de Cataluña ha adquirido con cargo al presupuesto un vehículo que ha costado más de 83.000 euros y, como no le parecían bastantes sus accesorios, los ha complementado, instalándole un televisor, una mesita y un reposapiés que han costado casi 10.000 mil euros y de los que se ha visto obligado a prescindir por las críticas recibidas. Su partido político es Izquierda Republicana de Cataluña, pero en lo tocante a desplazamiento éste convencido republicano quiere viajar como un rey. Ha salido en su defensa, ante las críticas recibidas, el portavoz de la sección juvenil de su partido, que dice que esto del coche es "una anécdota": "Se podrían comprar muchos coches para el Parlament con lo que se gasta en mantener a la familia real". No nos debe preocupar que, en los deseos de este joven, esté el advenimiento de la III República, pero sí, y mucho, cuando se queja de que "al quedarnos en anécdotas como ésta, erosionamos, no a ERC, sino a la política en general", porque demuestra que el joven, de izquierdas y republicano, no acepta las críticas ni las opiniones de los demás.

Al mismo tiempo, otro republicano confeso, el ínclito alcalde de Puerto Real, nada austero en sus expresiones, declara ante el juez por sus presuntas calumnias e injurias al Rey, aprovechando la citación judicial para repetirlas por tercera vez, con su locuacidad habitual. José Antonio Barroso, cuando le conviene, le entrega al Rey la medalla de oro de la Villa y cuando también le conviene lo ataca. Su aparente valentía no es tal, porque sabe que no irá a la cárcel; será castigado con una multa, por un importe ridículamente inferior a lo que le costaría una campaña, para la notoriedad que quiere alcanzar. No es ésta la actitud propia de un demócrata, cuya primera regla es el respeto a las personas para defender las ideas, pero si se recuerda que el "ídolo" de Barroso es Fidel Castro, se comprende su actuación.

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