Autobús ¿al cielo?

El acto 'podemita' nos hace preguntarnos cuál es el papel de los diputados en un Parlamento democrático

El problema del autobús tramático de Podemos (que está circulando ahora por Madrid y que quizás circulará por otras ciudades), no está en el autobús, sino en Podemos. Me explico. Si alguna ONG u organización de la sociedad civil hubiera sacado a la calle un autobús para denunciar la corrupción en España podría ser una iniciativa provocadora y polémica, pero legítima; al margen, desde luego, de los dueños de las caras que pintaran en el mencionado autobús. Pero sucede que el acto procede de un partido político, de unos señores que son Diputados en ese Parlamento español que aspiran a gobernar y donde constituyen la tercera fuerza. El autobús de Podemos resulta cuestionable al menos en dos sentidos. En primer lugar, al ser el método de un partido político legal y con parlamentarios, convierte la supuesta denuncia en un acto intimidante, que apunta al totalitarismo: ellos, los justicieros, señalan, deciden, juzgan. Y mañana podrán también elegir otros blancos cuyos nombres o caras pintarán en cualquier sitio para que el pueblo, "la gente", haga con ellos lo que "sugiera" el Partido. En segundo lugar, el acto podemita nos hace preguntarnos cuál es el papel de los Diputados de cualquier partido en un Parlamento democrático y, desde luego, no parece que sea el de usurpar el lugar de la sociedad civil, sino el de cuestionar, debatir y hacer propuestas allí donde han sido colocados para conseguir que se legisle, y se viva, mejor.

Por supuesto, hay mucha corrupción en España. Corrupción, por cierto, que no solo está en el gobierno y sus alrededores, sino también en otras zonas, como la Universidad, de donde procede buena parte de los dirigentes morados y de la que, llamativamente, poco hablan. Pero es con leyes, control y educación cívica y de la otra, que esa situación podría cambiar, no con gestos demagógicos, populistas o totalitarios.

Se advierte que los gestos provocadores y mediáticos de Podemos ya no son lo que eran. Ya no los decide el equipo de Errejón, sino el de Iglesias. El del primero era un populismo que ahora parece, mirado nostálgicamente desde la distancia (¡quién lo iba a decir!), tierno, inocente, casi de telenovela (el bebé como núcleo parlamentario, atrayendo la atención y las miradas). El de Iglesias, al contrario, es un populismo siniestro, populismo de cal viva para "sepultar" a aquellos de cualquier bando que lo contradigan o no piensen como él.

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