Con acento propio

Carmen Ferreras

Uno de cada cuatro

LA frialdad de las estadísticas está omnipresente en nuestros días. Ni por Navidad nos abandona. Es más, la Navidad también se ha convertido en motivo de estudio. Resulta que uno de cada cuatro matrimonios se divorcia en los días navideños. Lo que en principio parecía estar reservado única y exclusivamente al verano se ha hecho extensivo a este periodo de paz y de amor. Parece ser que hay poco de una y de otro. La paz, porque se encarga de romperla ETA, y el amor, porque, por un quítame allá esa tontería, se encargan de romperlo las parejas.

No es el trabajo el que separa, sino el ocio, y más concretamente la convivencia resultante del mismo. Estás todo el santo año sin verte y casi sin hablarte con tu pareja por razones profesionales, llega el verano y la relación matrimonial no aguanta el obligatorio mes de asueto, viéndote el careto todos los días y casi a todas las horas, lo que viene a demostrar que el roce no genera cariño, sino todo lo contrario. Llega la Navidad, tiempo para darse un respiro en medio de la vorágine laboral, y reunirse en amor y compaña, ora con la familia de uno, ora con la familia de la otra, y ahí es donde se produce, según los expertos, la ruptura. La Navidad, al igual que el verano, no sienta bien a las parejas. Quién lo hubiera dicho.

El Consejo General del Poder Judicial lo tiene claro. Casi inmediatamente después de comer las uvas, que a muchos se les atragantan ya en los cuartos, se producen en España la friolera de más de 40.000 divorcios, separaciones, rupturas o como quiera usted llamar al cese de la convivencia conyugal. Yo diría que la cifra supera incluso a la que se produce tras el pertinente periodo estival. No aguantan la prueba del algodón, y mucho menos al suegro o la suegra o a esa cuñada o cuñado que no se traga por razones varias.

Dicen los expertos, que de esto saben un rato porque lo viven todos los días con cientos de parejas e incluso lo llegan a experimentar en sus propias carnes, que la clave está en negociar, en planificar y consensuar el modo de pasar las Navidades juntos, solos o con las familias respectivas, si se quiere llegar unidos y en armonía a San Valentín. Mucho me temo que el santo patrono de los enamorados deberá emplearse a fondo el próximo año. Si esto no cambia, y parece que no, se hace preciso un milagro, pero hay que tener fe. Bien podría el santo encarnarse en alguien o bajar directamente del cielo y empezar a mediar en las cosas del amor, porque esto pinta mal. Por unos u otros motivos se está dando al traste con lo más sagrado, con el núcleo principal de la sociedad que es la familia. Empiezan a ser más las familias desestructuradas que las otras.

Sólo faltaba que la Navidad, en lugar de unir, separe. Ya no es la muerte la que los separa. Ahora son las vacaciones de verano o las otras más cortas de la Navidad.

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