Del 11-M al 17-A

Nos hace esta división un país idóneo para el atentado, pues eso aumenta la sensación de caos que ellos persiguen

No había que ser vidente para intuir que el atentado de Barcelona acabaría en magnífico quilombo político. Ya desde el inicio, el Gobierno catalán quiso politizar el asunto y, con ese pragmatismo de no hay mal que por bien no venga, aprovechó la circunstancia para tratar de trasladar una imagen nítida de autosuficiencia al tiempo que le daba lustre a su fuerza policial, los Mossos, palmeados con fruición sonrojante por los adalides del independentismo a pesar de que su labor, como parece razonable en un atentado consumado, mezclase aciertos indudables con no menos dudosos errores. Luego vino la manifestación de hace una semana, una protesta más depresiva que lenitiva en la que se favoreció la manipulación hasta el punto de convertirla por momentos en un claro mitin se cesionista y antimonárquico. Y ahora se cierra el círculo con el aviso de la CIA, el olor a mentira que envuelve todo esta polémica estéril y las exigencias de explicaciones por parte del Gobierno al presidente Puigdemont, con un Méndez de Vigo bastante teatral oficiando de gran maestre inquisidor. Todo ello da pie a pensar que este 16-A se acaba pareciendo mucho, pero mucho, al 11-M, al menos en el sentido de que, conforme las víctimas van cayendo en la desmemoria colectiva, tan veloz, el asunto pasa del contexto internacional en el que tiene su origen hacia el contexto local; es decir, a la agenda diaria de la política nacional. Nos hace eso, como cualquiera puede deducir, un país idóneo para el atentado, pues la división política que padecemos aumenta la sensación de debilidad y caos que persiguen los yihadistas con sus salvajes actos criminales. Y también deja el conflicto una sensación, o al menos a mí me la deja, de vivir en un país sin espacios sagrados, sin zonas que, por ser tan delicadas, estén salvaguardas de la lucha ideológica, la filtración interesada y la carrera electorera y partidista. Las pugnas entre cuerpos de seguridad así lo demuestran, al igual que lo evidencia el temor del Gobierno a la hora de subir el nivel alerta y sacar al Ejército, algo que supongo que no hace por temor electoral. Mal país en fin para creer que en lo colectivo puede estar la salvación. Aquí lo colectivo casi siempre es división, sectarismo y condena. Confianzas, señores, las justas.

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