No es que sea un final indeseable, es que no es un final. El mismo comunicado leído por Josu Ternera solicitaba a los todavía militantes que sigan "en la lucha", del modo que cada uno estime oportuno. Y si ellos siguen en la lucha, nosotros tendremos que seguir en la nuestra. No es un final porque no se reconoce el daño causado y se justifican todas las muertes, todo el dolor y todo el miedo a cuenta de una guerra que no era tal, de una movilización armada que no pidió más que una minoría social del País Vasco incapaz de obtener una representación relevante en política. ETA no reconoce que su actuación nunca fue deseada, justa ni necesaria en el País Vasco ni en el resto de España, ni que aún así sus miembros decidieron imponerla por un capricho totalitario. Bien, esto ya lo sabemos. Pero si el terrorismo es difícil de gestionar, no lo es menos su ausencia cuando algunos pretenden hacerlo pasar por paz. Una paz permitida por los verdugos no puede aceptarse nunca, porque hacerlo entrañaría su victoria. Lo que ETA se empeña en llamar paz tiene, por el contrario, un nombre muy concreto: derrota. Y conviene andar bien atentos para que sea ésta, y no otra, la fórmula que quede consignada en la Historia. Lo que no se puede hacer, de ninguna manera, bajo ningún concepto, es lo que hizo ayer Rajoy: felicitarse de que "afortunadamente" los más jóvenes y los niños ya no sepan ni recuerden lo que fue ETA porque hace muchos años que sus crímenes "dejaron de ser noticia". En una situación tan delicada como la de la disolución del grupo terrorista resulta difícilmente imaginable una reacción menos oportuna, más torpe, menos noble, menos sensible con las víctimas y menos constructiva que una llamada general al olvido. Ni podemos olvidar, porque afortunadamente la historia, la memoria y el periodismo han hecho su trabajo; ni debemos, por las mismas razones por las que Europa se niega a olvidar los genocidios y las tiranías del último siglo. Así, no. Ésta no es la manera.

Muy al contrario, lo que corresponde ahora es llevar a los planes de estudio, al análisis histórico y a la propia formación de la ciudadanía lo que ha significado ETA en estas seis décadas de crímenes, de la manera más contextualizada, ambiciosa y honesta posible. Lo que la generación que ya crece sin atentados debe conocer es que esos atentados ocurrieron, que una parte importante de la sociedad española sufrió sus consecuencias de manera injusta y que fue la reacción de esta misma sociedad la que empujó al Estado a ponerse en marcha hasta lograr la derrota de los asesinos. Resulta ilustrativa la insistente llamada del PP a pasar página tanto respecto a ETA como a Franco, las páginas más negras de la historia del siglo XX en España. Y es que ambos se beneficiaron mutuamente hasta, de alguna forma, convertirse en lo mismo. La próxima vez que alguien exprese su deseo de debilitar el Estado democrático, ya sabremos de quién estamos hablando.

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