ALLÁ por el siglo XVI, Jean Bodin definió la soberanía, de forma grandilocuente, como el poder absoluto y perpetuo de una república. Se trata de un concepto polémico desde su acuñación, cuando los incipientes Estados europeos de la época, erigidos sobre las monarquías, pugnaban con el Imperio, el Papado e incluso algunos municipios por lograr la supremacía en la detentación y ejercicio del poder político.

Es por ello que causa consternación contemplar la caída de Estados como Grecia, Irlanda y ahora Portugal, llamados en principio, al menos dentro de sus respectivos territorios, a ejercer un poder "absoluto y perpetuo", antes a mayor gloria de los monarcas, ahora en beneficio de sus ciudadanos, pero que no son ni tan siquiera viables financieramente.

El caso de Portugal es algo anómalo, pues en estos momentos dicho país sufre un vacío de poder en tanto no se celebren nuevas elecciones, por lo que aún no se han concretado (decir "negociado" nos parece puro sarcasmo) las contrapartidas de la ayuda financiera que recibirá procedente de sus socios comunitarios y el Fondo Monetario Internacional, que serán sin duda más gravosas para los portugueses que las medidas que se podrían haber adoptado voluntariamente por los representantes políticos lusos.

Sin embargo, si atendemos a las condiciones impuestas a Irlanda meses atrás, el panorama para el pobre ciudadano portugués es desalentador, pues el programa de ajuste será más o menos de esta laya: reducción del sueldo de los funcionarios -en Irlanda del 10 por ciento-, paulatino aumento de la edad de jubilación -en el caso irlandés hasta los 68 años-, reducción del déficit público hasta el 3 por ciento, saneamiento del presupuesto del Estado, reforzamiento del capital de la banca, etcétera. Es decir, menor actividad económica, mayor esfuerzo para los contribuyentes y peor redistribución de las rentas, ya que una parte sustancial se habrá de dedicar a pagar deuda e intereses, con nula generación neta de riqueza por tanto.

Que una maquinaria de la complejidad y magnitud de la estructura estatal entre en colapso sólo se explica por una pésima gestión en la sincronización de los tiempos, acelerando gastos, que en ocasiones ni siquiera son productivos, sin la correlativa paciencia para allegar ingresos.

Entretanto, se continúan recibiendo de aquí y de allá ofertas de potenciales inversores, públicos y privados, que muestran su buena voluntad brindando sus excedentes monetarios para ayudar a los Estados con problemas financieros: no hay nada como tener dinero fresco en época de crisis para hacer buenos negocios a un óptimo precio.

En La crisis financiera internacional (cuarto año) Torrero Mañas traza un magnífico paralelismo entre las dos formas de entender la banca, que son la banca comercial y la banca de inversión.

Merece la pena transcribir este párrafo: "Los bancos comerciales tradicionales se dedican a actividades de tipo recurrente, con un plazo dilatado entre la siembra y la recolección, y con preocupación por el seguimiento del cultivo, esto es, de la relación concebida a largo plazo. Los bancos de inversión se dedican a la caza, a la búsqueda de piezas, de operaciones concretas que les permitan un ingreso inmediato y en ocasiones importantísimo si la pieza que derriban es de gran tamaño".

La banca de inversión causante de esta crisis, la norteamericana primordialmente, ha sucumbido a sus propias trampas, desapareciendo o transformándose en banca comercial. Sin embargo, ello no supone que los depredadores se hayan esfumado, sino que lo más probable es que bajo otras formas y con otras argucias sigan al acecho de una buena pieza, incluso estatal.

Hay que poner coto a las apetencias desmedidas de los mercados, que son tan fríos como sibilinos (Trías de Bes), y ponderar de los intereses en juego cual es el que reporta mayores beneficios, y no sólo económicos, al interés de la mayoría. Creemos que merece la pena preservar al Estado como forma de organización política que, en línea con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, permita a cada ciudadano buscar la felicidad para sí, en armonía con el resto de individuos.

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