La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Blanco, el árbol y las nueces

Todo cambió para ETA hace 20 años, cuando la muerte de Blanco supuso la víctima 771

Decía ayer que la inmensa mayoría de los españoles no cambió de opinión con el asesinato de Miguel Ángel Blanco: sabían de qué monstruosidades era capaz ETA. Sólo aumentó su horrorizada repugnancia. Tampoco el asesinato que conmocionó a España cambió la opinión sobre ETA, ni la coincidencia con sus fines -aunque sí, tal vez, sobre la eficacia de sus métodos-, de quienes antes y después de que la banda dejara de asesinar, y así hasta hoy, apoyan a los partidos filo o pos etarras. En las últimas autonómicas 225.172 vascos votaron al EH Bildu de Otegi y se niegan calles o monolitos a Miguel Ángel Blanco mientras los hay dedicados a etarras. El asesinato de Miguel Ángel sólo hizo cambiar de opinión a una minoría de independentistas radicales vascos y al PNV: ese día se distanciaron de quienes agitan el árbol para que otros recojan las nueces. Porque nadie debería olvidar la frase de Arzalluz: "No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan; unos sacuden el árbol, pero sin romperlo para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas". La pronunció en 1990, cuando los "arreones" y las "sacudidas" de ETA ya habían asesinado a 658 personas.

A la mayoría de los españoles que siempre habían tenido un juicio claro sobre el carácter terrorista y asesino de ETA les dio aún más fuerza. A muchos ciudadanos vascos que no eran proetarras pero habían callado por coincidencia con los objetivos independentistas de los terroristas o habían mirado para otro lado por miedo, les abrió los ojos definitivamente. Y, abiertos los ojos tras tantos años de no querer mirar, tras tantos años de féretros entrando por la puerta de atrás de las parroquias, tras tantos años de silencio culpable, también les abrió las bocas para clamar contra los etarras. Y para perseguirlos, como las ratas que son, hasta sus herriko-guaridas. ETA no perdió del todo el amplio apoyo social que por acción u omisión hasta entonces había tenido, pero lo vio reducido a la relativa minoría (aunque aún escandalosamente amplia) de quienes siguen exculpando a los terroristas, no reconociendo sus crímenes e igualando a las víctimas y sus verdugos.

Todo cambió para ETA hace 20 años, cuando la gota de sangre de Miguel Ángel Blanco rebasó el vaso lleno con la de 771 víctimas. Pero no cambió para la mayoría de los españoles que los tenía por los repugnantes asesinos que eran.

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