SOMOS un país mayormente doctrinario. Resulta cómodo ser de una causa o unas ideas predeterminadas. Nos hace más fácil posicionarnos en la vida. Y en las situaciones de confusión, cuando no encontramos ciencia que aplicar, nos inventamos las doctrinas. La sentencia del Prestige ha sido sorprendente: resulta que la culpa no es de nadie. No hubo un armador irresponsable que trabajara con un barco chatarra. No apareció un cliente aprovechado que metiera en aquel porte frágil y barato decenas de miles de toneladas de fuel. No actuó una administración insensata que alejara al buque de la costa a merced del mar. No intervino un juzgado de instrucción con medios tercermundistas para investigar una trama internacional. No resolvió un tribunal timorato capaz de ofrecer una sentencia decepcionante.

Nada de eso ha ocurrido; simplemente, ha sido como una catástrofe natural. Alguien con mucho humor ha dicho que la culpa es del chachachá. Lo que nos permitiría, a ritmo de rumba y mambo, establecer una nueva doctrina, la doctrina Caligari. Aunque ha tenido más peso en la opinión pública la evocación de la doctrina Pacheco, basada en aquella rotunda frase del alcalde de Jerez: "la Justicia es un cachondeo". En todo caso, como no hay culpables, el resultado es que los miles de millones de euros de los daños causados por el chapapote los pagaremos los españoles a escote, que rima.

En la vida común nos encontramos a diario con hechos que sólo se pueden explicar con una de estas doctrinas de andar por casa. Por ejemplo, el partido que hoy juega la selección española de fútbol en Malabo, para mayor gloria del dictador Obiang. Al parecer España no cobra un euro y no ha sido el Gobierno el que ha pedido a la Federación que lleve allí a los campeones del mundo. Lo que ha entrado en acción es la doctrina Villar, amigo y viejo camarada del seleccionador guineano, el vasco Goicoechea.

No hay en este caso doctrina Margallo, pero el Gobierno no se libra de estos dardos. Acaba de anunciar el final de la intervención bancaria como si fuese un triunfo. Pero la factura supera los 50.000 millones de euros. Y contrariamente a lo dicho por Salgado primero y por Guindos después, como en el caso del Prestige es el contribuyente quien tiene que correr con los gastos. Los dos ministros, sencillamente, mintieron. Y ahora el Gobierno aplica la doctrina Sinatra y lo explica a su manera como una "salida limpia". Encima, de guapos.

Muchas veces estas doctrinas no sirven para aclararse, pero al menos valen para soportar el bochorno.

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