Todo es relativo

Borregos aéreos

El 'overbooking' suena a mala práctica pasada pero está a la orden del día. Lo he sufrido en mis carnes con Easyjet

El overbooking suena a tiempo pretérito, a película de Alfredo Landa con suecas en biquini, pero sigue estando, lamentablemente para el consumidor, muy presente. Este término, que se convirtió en algo tan habitual que incluso la Real Academia Española lo recoge en el diccionario señalando que es la "sobreventa de plazas, especialmente de hotel y de avión", está a la orden del día en un sector que presume de calidad y buen trato al cliente. Yo lo sufrí en mis propias carnes el pasado 6 de noviembre en el aeropuerto de Málaga en un vuelo de Easyjet con destino a Londres para cubrir la World Travel Market, una de las tres grandes ferias turísticas de Europa.

La situación fue dantesca, ya que no entra en cabeza humana quedarse en la calle pese a tener un billete de avión pagado. Les cuento porque no tiene desperdicio. Llegué al aeropuerto con una hora y media de adelanto sobre la salida prevista del avión, un espacio temporal normal teniendo en cuenta que ni siquiera tenía que facturar maleta y que solo necesitaba la tarjeta de embarque y pasar el oportuno control de seguridad. Easyjet -que no es la compañía aérea de Paquita la del quinto sino una de las principales de Europa y la segunda que mueve más pasajeros en Málaga- tiene un sistema peculiar y muy moderno que seguro que ha requerido un gran esfuerzo intelectual e inversor de sus asesores para realizar la facturación: todos a mogollón y el último que arree. Había varias puertas de facturación y una cola única kilométrica en la que se mezclaban los que iban a todos sus destinos, independientemente de la hora. Me puse a hacer esta particular penitencia y avanzaba a paso de tortuga. Una hora para embarcar, 50 minutos, 45 minutos... Agobiado y con unas 100 personas aún por delante, una voz por megafonía avisa que quedan 40 minutos para el vuelo a Gatwick y que los que estuvieran aún en la caravana acudieran rápidamente a una puerta. Me dirigí presto, entrego mi DNI y la azafata, con el rictus serio, me dice que estoy en overbooking. Y, por si no me había enterado bien, escribió OVER en grandes letras mayúsculas y rojas sobre mi triste tarjeta de embarque. "Tengo pagado mi asiento y debo viajar para trabajar", le digo enojado. "Has facturado el último", me responde la trabajadora, sin atender que posiblemente ha pasado eso porque he estado casi una hora en una cola inútil esperando para recibir esa tarjeta. "Ve a la puerta de embarque y a ver qué te dicen", me subraya la operaria.

En la fila para embarcar, otra azafata me vio el OVER, que ya solo necesitaba que me tatuaran en la frente, y me exigió, de malas formas dicho sea de paso, que me retirara de la cola y esperara hasta que entrara el último. "Lo permite la ley y hay una indemnización", atinó a decirme ante mi enfado. En esos momentos todo el mundo te mira como cuando te deja el coche tirado en la autovía y uno está esperando con cara de panoli al sol a que llegue la grúa.

Solución: si queda algún hueco libre te subes y si no te quedas tirado en el aeropuerto porque tener el billete comprado y pagado no garantiza volar. Pasas a un nuevo estadio, en el que ya no eres OVER sino STANDBY, es decir, que estás a la espera. Tenemos tres STANDBY, decía la azafata, pues otra pareja británica estaba en la misma situación que yo. Finalmente había justo tres huecos, en el gallinero y apretado como los tornillos de un submarino. Y volé. Como borregos aéreos sujetos al capricho de una empresa y a la absurdidad de una ley que permite a una compañía aérea vender más plazas de las que dispone el avión. Con un par.

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