La tribuna

antonio Porras Nadales

Capturas y capturados

AUNQUE se aplica normalmente a las relaciones entre grupos económicos y esferas de gobierno, las teorías de la "captura" han acabado teniendo un éxito generalizado, hasta el punto de convertirse en un concepto que se utiliza ya normalmente en muchos otros ámbitos de la política y la economía. En realidad, viene a ser como una versión actualizada o más moderna de las antiguas concepciones del caciquismo y el clientelismo, entendidos como una red de relaciones de dependencia, favores y servidumbres, tras los que se esconden con frecuencia poderosos intereses dispuestos a influir sobre el propio Estado; es decir, a "capturar" esferas institucionales de decisión pública.

Pero cuando este enfoque se proyecta sobre la esfera puramente competitiva de la política, el panorama acaba recordando la tradicional imagen de la biología marina, donde los peces pequeños van siendo devorados por los de mayor tamaño en una escala sucesiva e interminable: Tomás Gómez creía tener capturado a Pedro Sánchez al haberle dado su apoyo para la secretaría general. Como Susana Díaz también cree tenerlo capturado transitoriamente, para poder quitárselo de en medio cuando sea conveniente.

Pero entre tanto ir y venir de peces de distinto tamaño intentando devorarse unos a otros, apareció uno más poderoso que desde hace tiempo tiene capturada a la propia marca "PSOE sociedad anónima". Los pececillos corren y se dispersan asustados de un lado a otro sin saber cuál será la gran fiera que los devorará. ¿Serán acaso los organizadores de aquellas aciagas jornadas de marzo de 2004, que consiguieron el brillante premio de obsequiarnos a los españoles con ocho años de zapaterismo? Fue por entonces cuando parece que empezó a joderse Colombia, como diría el viejo maestro García Márquez. Y es que desde el momento en que cunde la desbandada en el mercado político, todos corren a buscar la sombra protectora de los mandarines hacedores de milagros. Y los milagros, en la actualidad, sólo pueden venir del lado mediático.

Para quienes viven en el interior de la ciudadela, la cosa sigue siendo pura cuestión de apoyos, servidumbres y capturas. O sea, tratar de sobrevivir, de aguantar y esperar. De mantenerse a base de conspiraciones de pasillo, actos postreros de autoridad, alianzas precarias, puñaladas traperas, equilibrios inciertos. Buscando siempre la sombra de un frondoso árbol mediático que aporte suficiente oxígeno. Y que el barro no acabe salpicando hasta más allá de las rodillas.

Para los que estamos fuera, el espectáculo no deja de ser como una nueva señal que nos anuncia el resquebrajamiento inminente de los cimientos del castillo: y es que las divisiones internas constituyen siempre el salvoconducto más seguro que lleva a la pérdida de votos en las elecciones. El eco de los codazos, las zancadillas y los mamporros entre los señores de palacio acaba resonando al final hasta en el exterior de las propias murallas. Porque resulta que los electores, por suerte o por desgracia, no somos ciegos del todo. ¿Quién va a confiar a la hora de la verdad en la capacidad protectora de unos dirigentes enzarzados en interminables conflictos internos? Unos conflictos que se alimentan, por añadidura, con el mejor de los combustibles, el de la corrupción, ya sea real o presunta, qué más da.

En este panorama de capturas y capturados, peces gordos comiéndose a los chicos, falsos augures tratando de entrever el futuro en las entrañas de las encuestas, y altos exdirigentes intentando hacerse invisibles frente a la miradas inquisitivas de los jueces, los ciudadanos sólo podemos aportar nuestro granito de desolación y de angustia. Tiempos de incertidumbre, donde los errores de hoy se van anotando inexorablemente en una cuenta por la que habrá que pasar factura; tiempos donde se reflejan los ecos silenciosos de la calma que precede a la tempestad.

Mientras tanto, desde lo alto de la atalaya se divisan cada vez más cerca las tribus acampadas en el exterior que, procedentes de remotas tierras, parecen esperar cada día con mayor impaciencia a ver cómo caen las murallas de Jericó. Y como diría el legendario Bob Dylan, comienza a ulular el viento.

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