OCURRIÓ hace unas semanas en una capital española. Una mujer de clase media alta, que se había apuntado como voluntaria a Cáritas y se disponía a entrar por primera vez en el salón en el que daban de comer a docenas de personas, en algunos casos familias enteras, se vio ante un plato que le ofrecía otra mujer, que llevaba más tiempo de voluntaria.

Cuando le explicó que no lo necesitaba, que lo que quería era ayudar, la otra voluntaria le explicó qué debía hacer, cómo atender a los que acudían al centro. Contaba que allí acudían multitud de personas que no tenían nada que ver con los mendigos tradicionales, a los que se reconoce nada más verlos, sino que la mayoría de la gente a la que atendía Cáritas pertenecían a familias de clase media o media alta que se habían visto trágicamente afectadas por el paro y no tenían ni para comer.

En una gran ciudad de la Comunidad de Madrid el alcalde llegó a un acuerdo con una serie de familias: ante la falta de suficientes comedores para atender las necesidades de quienes se encontraban en situación de precariedad, el Ayuntamiento daría fondos a esas familias para que dieran de comer en sus casas a los vecinos necesitados. A ser posible que tuvieran hijos pequeños, a los que sus padres explicaban que comían en casas de amigos, para que los críos no se angustiaran ante la situación que estaban atravesando.

No sabemos qué habría sido de la España en crisis si no fuera por Cáritas, no sabemos qué habría sido de esta España deteriorada por el paro sin la ayuda de los familiares y amigos. Hay más organizaciones que se ocupan de atender a quienes no tienen ni para comer, pero Cáritas se lleva la palma.

Su último informe es estremecedor: medio millón largo de familias españoles no tiene un solo ingreso, la tasa de pobreza en España se situó en 2011 en torno al 22%, el número de personas sin techo es de treinta mil, el 9% de los hogares tiene a todos sus miembros en paro, a finales del 2011 uno de cada dos parados llevaba más de un año sin encontrar trabajo, el 30% de la población no llega a final de mes con su salario y más del 40% no puede hacer frente a un posible imprevisto.

La radiografía de la España de hoy es dramática. Se entiende que el Gobierno dedique tanto esfuerzo a intentar paliar la situación, porque no hay país que salga adelante con tanto paro, tanta desazón, tanta desesperanza, tanta depresión y tanto miedo. Las iniciativas para evitar que los desahucios estén a la orden del día, que no exista tanto desequilibrio en los salarios y que se incentive a quien emplee a jóvenes o parados de larga duración han sido prioritarias frente a promesas electorales que se tomarán en su momento. La verdadera España es la que define Cáritas, la que nos encontramos día a día.

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