La tribuna

Emilio A. Díaz Berenguer

Carmen Olmedo, mujer de alma libre

CONOCÍ a Carmen en Sevilla, poco tiempo después de ser nombrada directora general del IAM, Instituto Andaluz de la Mujer, organismo que la Junta de Andalucía creó gracias a su impulso, liderando a un grupo de mujeres que lo consideraban imprescindible para que el empoderamiento de la mujer, en una sociedad netamente machista, fuera posible. Nadie mejor que Carmen Olmedo para dirigir el IAM. Nadie mejor que ella para impulsar políticas para la igualdad, a la vez que poner en marcha actuaciones en defensa de la mujer, apoyando iniciativas que fomentaran su autoestima y mecanismos reales para ayudar a las que sufrían violencia de género.

Hace de esto más de 25 años y mucho hemos avanzado en este terreno, pero la igualdad real aún es una asignatura pendiente y el machismo sigue matando. Carmen dirigió el IAM hasta el año 2000, aunque si por ella hubiera sido, aún estaría dejándose la piel con tal de ver que una mujer había salvado su vida gracias al Instituto o que otra había podido alcanzar la igualdad en su entorno laboral o empresarial, pero, sobre todo, porque cada vez más mujeres se sintieran libres para decidir. En el fondo, buscaba que las mujeres pudieran parecerse cada vez más a ella, libres para decidir, sí, pero también iguales para optar.

Mujer menuda, se crecía en el cuerpo a cuerpo y era tan divertida, que compaginaba la seriedad y el respeto debido a su labor como misionera laica de la lucha por la mujer, con una fina ironía y un humor que sorprendía a los que aún no la conocíamos lo suficiente. No temía a nada, ni a nadie, y con su autenticidad vencía las barreras que se le pusieran por delante y tumbaba dialécticamente a los que osaran cuestionar la necesidad de luchar por la igualdad de la mujer.

Para mí que Carmen empezó a despedirse cuando no pudo, o no le dejaron, continuar con su tarea que se había convertido en su razón de ser. Cuando pocos años después, siendo una mujer joven aún, salió de un mundo rehén de los intereses creados, para entrar en el ensimismamiento de lo que esta sociedad cataloga como una enfermedad neurológica, yo quiero creer, porque así lo siento y así lo pienso, que lo que Carmen hizo fue despedirse en vida de un mundo que le estaba privando de aportar toda su energía a cambiar una realidad injusta antes de llegar a la meta que ella iba atisbando. A mí no me extrañaría que Carmen haya sido víctima de un shock psicosomático como consecuencia de una entrega que superaba lo que la naturaleza le permite a los humanos, pero también de la frivolidad con la que a veces las superestructuras adoptan decisiones que afectan a las personas que creen que una sociedad más justa es posible y que toman su trabajo como si de un apostolado laico se tratara.

La ética en la política es cada vez más cuestionable. La lealtad no es un valor apreciable, mientras que la fidelidad cotiza al alza con todas sus consecuencias. Carmen era una persona esencialmente leal personal, profesional e ideológicamente. Imagino que pasar de una actividad que colmaba todas sus aspiraciones, a un escaño en el Congreso, no era precisamente lo que más deseaba. No me extrañaría que padeciera un sufrimiento similar al del desamor.

A partir de ahí, su realidad comenzó a vivirla poco a poco sólo para sí, como si lo que necesitara en estos últimos diez años fuera recibir parte del amor y el cariño que Carmen había dado a los demás. Estoy convencido de que por parte de su familia y de su entorno más cercano nunca le faltó, pero también de que no era posible devolverle todo el que se merecía, ya que esta sociedad enferma que nos estamos dando entre todos, nos marca a fuego una jerarquía de valores por los que nuestro tiempo se lo debemos dedicar, fundamentalmente, a producir y a procrear, en vez de a amar a las personas de nuestro entorno y a demostrarles ese amor en la práctica.

Carmen, estés donde estés, que sepas que aquí has dejado huella de las de verdad y que sigues logrando que cada vez seamos menos machistas. Gracias, Carmen, malagueña por bandera, mujer de mujeres, pero aún te pedimos un poco de paciencia, porque, más pronto que tarde, te devolveremos esa sonrisa tuya tan energética, de la que muchos tuvimos la suerte de disfrutar, al comprobar que llevabas razón, que la igualdad era posible y que estaba a la vuelta de la esquina.

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