TRAS la declaración de suspensión de pagos de Contsa, que ha afectado a 1.200 inversores andaluces en una cantidad de unos 50 millones de euros, otros 200 habrían quedado atrapados por la presunta estafa de un chiringuito financiero denominado Riverduero y por valor global de 25 millones. En este último caso los inversores están más dispersados por el territorio nacional, desde Andalucía hasta Castilla y León y Galicia, por lo que la causa judicial abierta acabará en manos de la Audiencia Nacional. Riverduero, con oficina abierta en el centro de la capital andaluza para inspirar confianza a los inversores, tenía una plantilla mínima y captaba clientes por medio de colaboradores, el mismo sistema que empleaba Gescartera. En plena sociedad de la información parece increíble que todavía haya quienes se dejen embaucar por la promesa de altas rentabilidades y por la parafernalia que montan estos chiringuitos financieros, pero el ansia de lucro predomina sobre la prudencia. La Comisión Nacional del Mercado de Valores ha alertado en los últimos cinco años sobre las actividades de 133 entidades que se dedican a captar dinero de forma irregular, esto es, sin someterse al Registro y al control de la propia CNMV y/o del Banco de España. La comprobación de la inscripción en el Registro es vital, tanto para detectar que el intermediario financiero es un chiringuito como para luego poder percibir los 20.000 euros por persona que en caso de problemas cubre el Fondo de Garantía. Dada la ingenuidad de numerosos inversores, la CNMV se vio obligada a editar una Guía sobre los chiringuitos financieros en que dice lo siguiente: "Es importante tener claro que los elevados rendimientos que ofrecen no son posibles: sólo son el cebo con el que consiguen que los inversores menos informados o más confiados les entreguen sus ahorros". Estos embaucadores visten a la última, usan un lenguaje cargado de tecnicismos económicos y ocupan oficinas de alto standing, todo para deslumbrar al inversor con promesas de rentabilidades imposibles porque, como reza el adagio, "nadie da duros a cuatro pesetas".

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