Postales desde el filo

Ciudad turística

Hay muchas ventajas de ser un destino turístico de primer orden, pero se trata ahora de no morir de éxito

Hace años leí una entrevista en la que decía el gran Manolo Blahnik que viajar era una forma inelegante de pasar el tiempo. Lo que entonces parecía una boutade elitista del famoso diseñador, hoy podría ser compartido por muchos vecinos de ciudades turísticas. Hasta el punto de hablar, con el tono adversativo que imprimimos en este país al debate público, de turismofobia. Nuestra ciudad no escapa al síndrome a pesar de que su condición de destino turístico es bastante reciente. El I Plan Estratégico de Málaga, redactado en la primera mitad de los noventa, afirmaba, entre otros objetivos, querer hacer de Málaga "una capital turística y de ocio europea". Veinticinco años después no se puede negar que la ciudad haya logrado tal propósito. Lo meritorio es que estábamos entonces muy lejos de ser una ciudad turística. De hecho, nuestro único vínculo con el turismo era el aeropuerto. La segregación de Torremolinos puso aún más de manifiesto la nula condición turística de la capital de la Costa del Sol.

El último ayuntamiento socialista intentó, con escasa fortuna, cambiar las cosas poniendo en marcha medidas que incluían incentivos urbanísticos y fiscales para atraer a inversores hoteleros. La ciudad sólo contaba con el entonces decadente Málaga Palacio. Los intentos de Pedro Aparicio para que el Miramar recuperase su antigua condición de gran hotel, en lugar de albergar la Audiencia provincial, resultaron igualmente infructuosos. Pasó casi una década hasta que con la llegada del AVE, una acertada aplicación de los Planes Urban del UE, la creación del Museo Picasso, el CAC, el Puerto, la proliferación de museos, etc., además de otros factores exógenos, Málaga lograse consolidarse como destino turístico. Pero no hay éxito sin servidumbres. La costa ha sufrido el deterioro de su territorio y la capital el impacto sobre la vida y al alma de la ciudad. A diferencia de otras grandes urbes, el turismo es para Málaga la columna vertebral de nuestra economía. Con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Pero el turismo, como cualquier mercado, necesita ser regulado. La buena política consiste en optimizar lo positivo y minimizar sus efectos perversos. De cualquier forma, hay muchas más ventajas que inconvenientes en haber logrado el objetivo -que nos propusimos como ciudad hace un cuarto de siglo- de ser un destino turístico de primer orden. Ahora se trata de evitar el riesgo de morir de éxito.

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