PANORAMA SIN EL SILO

Francisco Peñalosa

Cocina y arquitectura

ANÓNIMO ha sido el mejor arquitecto de la historia. Lleva miles de años trabajando. Vemos su firma en dólmenes, pirámides, templos, catedrales, etc., y en un sinfín de poblados, aldeas, pueblos y ciudades. Sus obras están construidas con los materiales inmediatos que el entorno ofrece. Piedra, adobe, madera, bambú, o incluso sillares de hielo. Los proyectos de Anónimo son obras maestras en el empleo ingenioso de soluciones constructivas y en el aprovechamiento de los recursos a su alcance.

También Anónimo ocupa el trono del Olimpo culinario. Sumo sacerdote oficiando la ceremonia de combinar los productos de la tierra, agua y aire, según el lugar y la temporada. Pero, ay dolor, a la arquitectura le llegó la regulación normativa y, desde entonces, los edificios se han convertido en expedientes administrativos cristalizados en el sistema triclínico. Cada expediente es una odisea, un viaje a ninguna parte. Para relatarlo sería necesario resucitar a Kafka, Poe, Melville o Mariano José de Larra. Las singladuras burocráticas surcan procelosos mares en donde se suceden cantos de sirena, galernas, calmas chichas, puñaladas traperas y manos pedigüeñas.

En la cocina entró la prisa y la prensa, y con ellas la comida basura. Desde que las escuelas de arquitectura y de hostelería se han convertido en fábricas de artistas, todo es confuso y ambiguo. En ambos planetas se adora a las estrellas, Michelin o Pritzker, y hace furor la deconstrucción. La cuestión en arquitectura es "concretizar la estrategia formalizadora de nuevas topologías territoriales, con soluciones reeconomizadoras y sostenibles, respetuosas con las preexistencias del contexto". Con la misma sencillez se puede preparar un buen guiso: "Sobre un fondo tibio de nitrógeno líquido, se extiende un carpaccio de metilcelulosa sazonado con una mousse de lecitina premenstrual. Una vez gratinado con sarmientos del Sinaí, se rectifica con alginato sódico. Montar el plato sobre una escarcha de pistacho".

Para vender productos de arquitectura o culinarios, hay que envolverlos bien. A los edificios, un papel de Bien de Interés Cultural, y a los platos de autor, con lenguaje "gastroliterario".

Villa Fernanda no tiene quien la envuelva. La Junta dice que la envuelva el Ayuntamiento. Y viceversa. Al parecer, el papel de embalaje protector sólo da para empaquetar la Catedral, y Villa Fernanda queda en situación de desamparo, como alguien sin papeles. En estos casos lo mejor es pasar al anonimato y esperar tiempos mejores. Decía Ramón Gómez de la Serna: "Anónimo es un superviviente de todas las épocas que siempre es el mismo".

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