letra pequeña

Javier Navas

Corrupción más visible

CON los números de la corrupción pasa como con los astronómicos: una estrella a mil años luz la situamos muy lejos, pero otra a diez mil millones queda a su vera. Los ceros no aclaran nada, necesitamos vistas pintorescas. Los ERE andaluces no pasaban de un jaleo de cifras y letras hasta que visualizamos a un chófer esnifando farlopa. Por eso la venalidad de los empleados de los ayuntamientos, conocida pero sin chicha, ahora es luminosa, cuando podemos representarla como alguien que echa gasolina a su coche con la visa municipal.

El PSOE de Manilva denunció ante la Fiscalía que un trabajador local pagaba su gasolina con dinero del erario. La alcaldesa, de IU, partido al que está vinculado el trabajador, empezó regañándolo. Sólo tardíamente lo sancionó a él y a otro empleado, pues hurgando, hurgando, el fraude iba a más. Para quitarle importancia contó la anécdota chistosa de mil sillas del Ayuntamiento que los trabajadores se llevaban a casa para bodas, bautizos y comuniones (se han recuperado 200) y que es un secreto a voces quién utiliza la pintura de los servicios operativos, quién echa al bolso una calculadora, quién una cámara de fotos, quién un ordenador... Símbolos, metáforas: un depósito lleno, dos tiritos de coca, tres trajes, mil sillas. La España profunda no es la de un labriego cejijunto que, escopeta al hombro, se encamina al cortijo del vecino con el que se disputa unas lindes. La profundidad está en pueblos, no siempre pequeños y perdidos, por donde las leyes no pasan; donde está cantado quién entrará en la plantilla del Ayuntamiento con el nuevo alcalde y quién tendrá que salir con él; donde el concejal no deja el cargo para volver a su antiguo trabajo sino para llevar un negocio que le avió el empresario que le debía un favor; donde todos saben y todos callan o refunfuñan esperando que lleguen "los suyos". No hablamos de políticos turbios sino de poblaciones enteras dadas a la sisa. Qué se le va a hacer, quizá la ingeniería genética arregle lo que una Madre Naturaleza aburrida apañó en sus ratos libres. Hasta entonces son las leyes las que deben amarrar las aficiones más bajunas. Salen del mismo sitio, de nosotros, pero, como hay que dar la cara por ellas, defenderlas razonando y pactarlas a la luz, por lo normal resultan más decentes. Ahora: si quien tiene que aplicarlas queda lejos de esta luz, o sea, del control de los periódicos y de un parlamento nacional...

Tal vez un nuevo reparto de competencias entre las instituciones las haría todas más visibles. Habrá podredumbre en la administración central, pero lo que rezuma de las autonomías, diputaciones y ayuntamientos da miedo. Y por lo que sé, del Congreso no se llevan las sillas.

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