Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Cristales tintados

LOS cristales tintados en los vehículos oficiales son un símbolo de opacidad que choca con la transparencia que debe regir la vida pública. Proliferan las lunas traseras oscurecidas, propias de la cultura rancia de los gürtel, que igual permiten suponer que quien viaja es un alto cargo o que la carga sea el cónyuge del cargo... Producen una mala impresión, pues circular de tapadillo convierte al conducido en una modalidad de encapuchado que no se compadece con la estética de la representación institucional.

Un amigo nórdico, que no entiende por qué hay aquí tantos automóviles oficiales -sólo nos aventaja Italia-, sostiene que esta modalidad de transporte aleja al gobernante del gobernado, al margen de ocasionar un gasto que también contempla el salario de miles de conductores. A finales de los años 70, cuando el tráfico en Moscú comenzaba a complicarse, una de las críticas de la calle al régimen soviético eran los numerosos Chaika de los políticos, que incluso tenían preferencia de paso. Los grandes vehículos negros, como los que embocaban la plaza Roja camino del Kremlin, se ven hoy, más que como una necesidad, como una reminiscencia de viejas representaciones del estatus. Cuando se ha sugerido la creación de flotas con unidades de menor cilindrada, la respuesta justifica el lujo por unas pretendidas exigencias del cargo, argumento que pudiera ocultar la arrogancia de la ostentación.

Parece coherente que las administraciones que lanzan mensajes de sostenibilidad y apelan a un cambio de hábitos sean las primeras en dar ejemplo. Si se mantuviese la actual flota de vehículos, algo que ya resulta paradójico, éstos deberían ser híbridos o de muy bajas emisiones y, en comunidades como Andalucía, abandonar el color negro por el blanco para un ahorro energético en climatización.

También se dice que los coches híbridos no tienen suficiente empaque -prevalece la fachada y la presunción-, pero esa razón ya no es válida tras años de desarrollo tecnológico, con modelos poco contaminantes que van desde los más lujosos, propios de banqueros jubilados, a los excelentes de tipo medio, mucho más ajustados al caso. Resultan insostenibles, por ejemplo, motorizaciones de 300 caballos para pasear a un alcalde por una ciudad que limita la velocidad a 50 kilómetros/hora.

En cuanto a las lunas traseras oscurecidas, no hay razón de seguridad que las avale. Se entiende en los casos de fotofobia aguda de cierta ralea siciliana o en los que llevan pasamontañas en la llanura…, pero no entre quienes se deben a la ciudadanía con la que se cruzan a diario en la calle. Bastante opacidad hay ya en nuestra política como para ponerle cristales tintados.

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