Voces de papel

Magdalena Martín

Cuentos de Navidad

LA intemporalidad de la Navidad, frente a la contingencia de otras festividades reside en su facilidad para reinventarse a sí misma. Cada Navidad es igual y distinta a la del año pasado y a la del año que viene. Algunas de sus señas de identidad se mantienen, otras como el consumismo han adquirido la categoría de clásicos contemporáneos y unas cuantas han sucumbido al empuje de los tiempos modernos.

Eso le ha ocurrido a los cuentos de Navidad, prácticamente desaparecidos de los usos y costumbres propios de estas fechas, o en el mejor de los casos, presentes sólo en formato televisivo edulcorado para rellenar interminables sobremesas de lenta digestión. Nada raro, por otra parte, teniendo en cuenta los resultados del archifamoso Informe PISA. Para los que nos dedicamos a la enseñanza, los datos del escándalo podían incluso haber sido peores. Mi PISA particular lo redacte cinco años atrás el día en que un alumno de tercer curso de una licenciatura de cuyo nombre no quiero acordarme, me espetó muy serio: "Profesora, en el manual hay un error, creo que donde pone "contumaz" debería decir "contrimás". Quedé estupefacta, incapaz de articular palabra, hasta el extremo que el alumno, en medio de su infinita sabiduría, debió percibir algo extraño, pues acertó a murmurar: "Bueno, igual me he equivocado yo".

Pero no todo está perdido. Mi hijo, entre zambomba y villancicos, está leyendo en la clase de inglés, particular claro, un hermosísimo cuento de Navidad, El príncipe feliz, de Oscar Wilde, que ejemplifica a la perfección el sentido de este tipo de relatos: destacar valores como la ternura y la solidaridad y sacar a la luz lo mejor del ser humano, haciéndose eco del primero de los cuentos de Navidad escenificado en Belén hace dos mil años. Habrá quien piense que todo esto son bobadas, ñoñerías que para nada sirven, pero particularmente me parecen mucho más estériles e incluso perjudiciales para la salud física y mental otro tipo de prácticas, como ornamentar ventanas con papanoeles escaladores, afortunadamente este año en retroceso, o compartir comilonas de hermandad y brindar con gente a la que en circunstancias normales pondríamos cianuro en su copa. Con todo, no seré yo quien arroje la primera piedra sobre cualquier tipo de actos o celebraciones siempre que sean capaces de resucitar, aunque sea con fecha de caducidad, la empatía y la fraternidad perdidas durante el resto del año.

Dejemos para otra ocasión hablar de otro tipo de cuentos. De los cuentos chinos sobre la interiorización del euro y su presunta influencia en la subida de la inflación, o las ventajas del consumo de la carne de conejo frente al jamón ibérico, o de los cuentos de las mil y una noches protagonizados por tiranos momificados que se asoman al mar de Málaga y logran el perdón de sus pecados terroristas a cambio de petróleo y de potenciales inversiones por miles de millones de euros. Ahora lo que toca, son los cuentos de verdad, los de Navidad.

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