Culpas

No sé si mañana habremos caído al vacío, pero es seguro que hoy estamos al borde del precipicio

No sé si mañana habremos caído al vacío, pero es seguro que hoy estamos al borde del precipicio. Con la llamada declaración unilateral de independencia, si ésta se produce, se habrá dado el último paso que nos arrastrará a un abismo del que tendremos graves dificultades para salir. España es hoy una sociedad sorprendida que no acierta a explicarse cómo hemos llegado hasta aquí y cómo creció este problema, porque aunque ha habido advertencias de lo que podía pasar, casi todos hemos preferido mirar para otro lado y pensar que la sangre nunca llegaría al río.

No hace falta mucho esfuerzo para señalar a los principales culpables de este desaguisado; los dirigentes de la Generalitat son los grandes responsables de que estemos en este momento crítico. A partir de ahí la nómina de responsabilidades es más amplia y posiblemente más discutible. Hasta hace poco ha sido moneda corriente intentar reducir el movimiento soberanista a una mera estratagema de los dirigentes catalanes para mejorar su financiación y contribuir menos a las arcas públicas españolas. Algo de eso subyace en el problema, pero limitarlolo todo a un mero planteamiento financiero ha sido uno de los grandes errores de análisis en los que muchos han incurrido.

Han resultado especialmente significativos los discursos que a la sombra de esta situación se han enhebrado en algunos gobiernos autonómicos, particularmente en el andaluz, que con afán de notoriedad advertían que no consentirían un trato diferenciado de Cataluña y exigirían el mismo comportamiento con nuestra comunidad. No parece que ésta sea una posición que contribuya a solucionar el problema ni que sea este el momento para empezar a tirar desde la otra esquina del mantel. Ha faltado altura de miras y ha sobrado cortoplacismo y oportunismo a la hora de enfocar cuál debería ser ante esta cuestión la posición de una comunidad autónoma tan importante como Andalucía. Hacer de la envidia el único motor de la reivindicación autonómica y esgrimir nuestro 28 de febrero como el único argumento para oponerse a la búsqueda de una solución en Cataluña puede ser un discurso que despierte el entusiasmo inmediato de algunos andaluces y que alimente el agravio comparativo, pero denota un escaso nivel político y un desconocimiento de la profundidad del problema. Se ha perdido una gran oportunidad de que Andalucía aportara sentido común, generosidad y una visión más elevada de la situación. Al fin y al cabo son muchos los catalanes que nacieron aquí o que tienen aquí sus raíces.

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