ANDALUCÍA me exalta, me enamora, me identifica pero también me cansa, me defrauda, me duele... Conozco bien la Andalucía del llanto, de Lorca, Villalón, Alberti, la de los esteros y los surcos, desde las serranías a los rebalajes y capto la evidencia de la degradación de sus gentes y sobre todo del lenguaje. Flaco servicio el de la televisión, que a diario nos impone el gracioso de siempre, el miarma consabido, el del cogote enrizao, al malaguita de tinto y cofrade de verano. Y tó mu grasioso, mu de ánge, de no poderlo aguantá hasta el punto de hacer tantas veces de la gracia andaluza una impertinencia. Ejemplo: visité al fin la Cueva de Nerja. Entré arropado por la música del Lago de los Cisnes con una iluminación mágica y acorde. Absorto entre tan natural belleza, una destemplada voz detrás de mí rompió el encanto, gritó: "¡No vee... si parecen bacalaos corgaos der techo!" Se acabó Tchaikovsky, se acabaron las estalagtitas... en un instante murió la magia.
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