España es un país marcado por una infancia en continua lucha contra el destino y la fatalidad de ser una tierra de tiesos. Un país donde los Reyes Magos tuvieron que hacer componendas para atender los deseos de toda la generación del baby boom y en el que las sabias decisiones de los Magos de Oriente forjaron el carácter de las futuras generaciones con juegos de construcciones de castillos y balones de fútbol, suficientemente caros como para que te dieran un disgusto si se empeñaban.

Es de sobra conocido que estos juegos respondieron a una meditada estrategia ideológica del régimen. Anunciados en la única televisión existente en horario de máxima audiencia infantil, su primer objetivo fue el fomento de la construcción, motor del despliegue económico de los años sesenta y estrategia de aburguesamiento de la clase obrera. Los mismos padres que se dejaban la piel en el pellejo trabajando en la obra para comprarse su VPO, soñaron que su hijo sería arquitecto cuando lo vieron construir su primer castillo. El segundo fue la elevación de los valores patrios. Ahí quedan esos Castillos de España. Ni de Europa, ni del mundo, sino de España; que ahí afuera no saben construir. Y finalmente, explicarnos desde pequeños cómo funciona esto de las clases sociales. Porque ni Castillos de España ni cuentos celestiales: el castillo que todos que queríamos era el Exin Castillos, que tenía las piezas más pequeñitas y de un plástico duro que no se rompía como si les hubieran tirado una piedra con una catapulta. Pero el que nos traían era la versión autártica de los Castillos de España, que bastante tenía con mantenerse en pie. Como les pasaba a los pisos de nuestros padres.

Cincuenta años de construcción marcan carácter a un país obsesionado por jugar a construir castillos que luego tiene que desmontar. Con unas semanas de adelanto, Papa Noel y los Reyes Magos se han conjuramentado para regalarnos unos cientos de kilómetros de autopistas de peaje deficitarias. Salvo pagar las deudas de unos concesionarios a los que no les salen las cuentas, no tenemos ni idea de qué hacer con ellas. Ni podemos regalárselas a los bancos, que hace tiempo que nos demostraron que los Reyes Magos no existen; ni usarlas para irnos de vacaciones, porque su rescate nos dejará tan tiesos que no podremos echarle gasolina al coche. Un coche que va camino de volver a ser a pedales. Como los de aquellas Navidades.

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