LA incógnita Chacón / Rubalcaba respecto a la secretaría general del PSOE se resolverá hoy en Sevilla. Se supone que por todas las consecuencias que puede acarrear, la elección es un asunto de suma importancia para la vida del país. Sin embargo, pocos ejemplos reflejan con tanta claridad el modo en que los partidos se empeñan en construir una realidad ajena a los intereses e inquietudes de los ciudadanos. Tras la derrota del 20-N se prometió desde las filas socialistas una renovación profunda, un cambio de miras, un oído tendido a las reivindicaciones elementales de todo hijo de vecino para que el rumbo adoptado respondiera sin tapujos a lo que la sociedad espera del partido, en una época especialmente delicada por la tiranía económica y el descrédito de la política. Sin embargo, los candidatos a hacerse con el timón son dos personalidades que gozaron de amplia responsabilidad en el Gobierno socialista que se fue a pique y que en el imaginario común están inevitablemente asociados a la derrota. Es posible que si hubiera cuajado una tercera vía o hubieran salido a la palestra nombres como los de Eduardo Madina y Patxi López la percepción sería hoy distinta. Con Rubalcaba y Chacón disputándose la tarta, uno tiene la sensación de que el poder está repartido en el seno del PSOE de manera tan férrea que, hoy por hoy, resulta imposible que una alternativa seria, rigurosa, ambiciosa, hábil, con capacidad de conexión y significativamente distinta se abra paso en el aparato. Pero lo peor de todo es tener que admitir que da igual. La opción por Rubalcaba o por Chacón resulta indiferente. El PSOE no ganará las elecciones por lo bien que lo haga uno u otro, sino por lo rematadamente mal que lo hagan Rajoy y los suyos. Todo consistirá en saber esperar, mantenerse al acecho el tiempo pactado y obtener el fruto más deseado: el hartazgo de los ciudadanos, su rabia, su impotencia, no su ilusión ni sus ganas. Aquí reside toda ley de la presente democracia. Hagan juego.

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