Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

'Déjà-vu'

CADA año por estas fechas, las plumas de todo pelaje compiten en la exaltación de los valores patrios de Andalucía. En los medios ensaya un coro que hace épica del milagro que acabó con el subdesarrollo. Atraso terrible, que perdura en algunas huellas del pasado: aún hoy, el 53,1% de la población mayor de 65 años es analfabeta o carece de estudios.

Sería necesario combatir la pereza de las ideas, el repique estacional de las campanas, el déjà vu de finales de febrero y decir que algunas de estas justas florales recuerdan las loas de un régimen que, hace ya mucho tiempo, glosaba el paso del botijo al frigidaire. En los 30 últimos años, casi todo el planeta ha cambiado más que en los cien anteriores.

Nos advierten, y advierten bien los vates de la ocasión, de dónde venimos y dónde estamos -carreteras, hospitales, universidades…-. Un juego de contrastes que no hace el Gobierno central para marcar, por ejemplo, las distancias entre la España que salía del franquismo, zarandeada por una crisis económica que calaba hasta el tuétano, y el paraíso de la novena potencia que empezó a nublarse en 2008.

Apropiándose de la fortuna colectiva, hay quienes aquí se erigen en hacedores de una transformación que, con distintas velocidades, ha mudado toda la piel de España. Cierto que el hecho diferencial andaluz, allá por los años 70, era el atraso económico y cultural, y que carreteras, hospitales y universidades han puesto a esta tierra por encima del listón que hace de la diferencia injusticia. De ahí la fidelidad inquebrantable de un electorado con memoria de subdesarrollo, recuerdo del que carecen las generaciones nuevas, armadas con otros argumentos e instaladas en otros imaginarios sociales.

Parece sabio abandonar el discurso trillado por la liturgia dominante. Cuando los indicadores sociológicos hablan de una transición entre lo viejo y lo nuevo, cuando los nacidos en la democracia han dejado de ajustar las cuentas con la dictadura y la historia, celebrar Andalucía debiera ser también un ejercicio constructivo de una sociedad diferente.

Hace tres años se reformó el Estatuto de Autonomía, que, según parece, mandaron muy pronto a dormir la siesta. Un texto que supone el relevo simbólico de la Andalucía que nació a la democracia pidiendo reforma agraria por otra Andalucía que ahora sabe que puede salir del furgón de cola. Una propuesta exigente de futuro que, en estos días de febrero, eclipsa la complacencia grandilocuente, heredera lejana de aquella pandereta prodigiosa que convertía el hambre y la miseria -¡viva la gracia!- en la tierra prometida, en la mejor tierra del mundo…

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